Monday, November 15, 2010

UN DIA EN TU VIDA


Un día te levantas como cada mañana, metes a tu hija en el coche y la llevas al colegio. Al salir la coges de la mano y, de pronto, a unos quince metros de la puerta, te das cuenta de que ella tira de tu brazo; te paras, te giras y te dice de repente que no la acompañes, que quiere entrar sola. Te pasmas hasta que comprendes, es como si algún jarrón, o muchos jarrones a la vez, se rompieran en tu interior. A pesar de su cortísima edad, la ves alejarse y piensas que esto es sólo el aperitivo de lo que más adelante te espera. No importa tus sacrificios ni tus desvelos, un día se presentará una amiga a las ocho de la mañana, vestida de Lady Gaga, y te dirá que no hace falta que la acompañes al "insti", que cogerán el tren, el autobús o lo que sea. Entonces sentirás que en tu interior ya no quedan jarrones que romperse y poca vajilla resta viva. Y tiempo adelante todavía peor, se presentará un tipo un buen sábado por la tarde disfrazado entre James Dean y el vampiro de Crepúsculo, y sin contemplaciones la cogerá de la mano y te la devolverá antes del amanecer. Tú los verás alejarse calle abajo con rostro picassiano, la mirada perdida y la habitación de tu pecho sola y fría como un solitario castillo en invierno, mientras piensas que ya no queda mucho para que las discusiones se acaben y un lejano domingo la lleves al altar, o al ayuntamiento, o al Registro Civil y luego te venga a ver, como mucho, una o dos veces por semana.

A todo eso que miras de olvidar el asunto y subes el coche y pones la radio. "La de cosas que han pasado en el último mes", dice el conductor del magazine. Es verdad: Obama descarrila en las legislativas, demasiada tibieza en las reformas prometidas y demasiado pesado el legado recibido; el Papa patina mientras aterriza en España ("Dove va la finezza vaticana?"); Bush se dice disidente de la guerra -menos mal!- y le crece la nariz; Mohammed saca el cuchillo de la chilaba a pasear y pierde el corazón del Sahara para siempre; los "mercados" vuelven a la carga y todo se pone a temblar; el Presi, de paseo por Afghanistan y el G-20; Rania desciende entre los mortales y nos obsequia con su belleza y su clase; y de repente, el Paseo de Gracia florece en pleno otoño...

Nueve cuarenta y cinco horas. Su señoría te recibe en la Sala con cara de fastidio. Tú has perbicibido el ambiente de colegueo que se gasta con la fiscal justo antes de empezar y cómo te miran como al plasta que viene a amargarles la mañana con sus argumentos imposibles y su verborrea de mentiroso compulsivo. Acaba la vista, respiras hondo porque se disipa la niebla de hostilidad y mal rollo que de forma absurda se genera allí dentro. A pesar de todo no ha ido mal, dentro de quince días recogerás una sentencia favorable que te aliviará porque tus argumentos ni eran imposibles ni tu verborrea fue gratuita.

Sobre las doce horas llega Pedro M. al despacho. Las ojeras le pueden, la cara se le cae, le cuesta decirlo pero al final te cuenta que no puede pagar el crédito y tienes que confirmarle que su casa se la llevará el banco. No importará nada que un día fuera un emprendedor de éxito ni un padre ejemplar, que arrancara de un pequeño negocio de comidas preparadas para años más tarde dar trabajo a treinta o cuarenta personas. Un error, un mal cálculo, solicitó una ampliación de hipoteca para ampliar el negocio sin esperar que la c... se le echara encima. Noto cómo lucha por contener las lágrimas, da por perdido su hogar y comienza pergeñar un futuro nuevamente desde cero."¿Cómo se lo diré a ellas?".

Comes. A media tarde llega ella con unos resplandecientes veintiocho añitos. Algo ilumina tu despacho cuando deja el abrigo y se sienta frente a tí, y se pone a hablar. Es un asunto que se arreglara en pocos días, afortunadamente. Pero lo que te alivia de veras es el aire fresco que trae consigo y su valentía. A pesar de su juventud te cuenta que ya ha viajado por todo el mundo, que ha estudiado diseño en Nueva York y que con su compañero han montado una empresa. Están contentos, están vendiendo bien sus diseños en Italia y pronto comenzarán aquí. Lo ves claro, ella triunfará: tiene muy claros los conceptos, está preparada, sabe idiomas, tiene imagen y derrocha optimismo y valor. Es gratificante contemplar en este gris paisaje de frustración y pesimismo como a pesar de todo surgen almas valerosas y emprendedoras que retan al destino.

Vuelves al ordenador y contestas el correo. Los problemas siempre te esperan en la bandeja de la entrada. Pero ya son las siete. Apagas todo y raudo sales en busca de tu droga preferida. Tráfico, caravana. Llegas a casa agotado y sin llegar abrir la puerta del todo, alguien te dice: ¿Jugamos un rato papá?


Dedicado a Ricardo Fdez. Jubany, asiduo lector de este blog (gracias!) y a Juan Ayén Pérez. Un abrazo.

Saturday, October 23, 2010

CHINA HOY, I.






Hong Kong, 18 de octubre de 2010.

Dicho sea con la debida modestia, me considero una persona razonablemente informada. Me interesa la economía tanto - yo diría que ahora mismo mucho más- que la política. Procuro seguir los avatares financieros en cuanto son capaces de explicar la historia con mayor lógica que las razones del poder. Es el signo de los tiempos, la revolución tecnológica y la economía mueven desde siempre los hilos del planeta. Y sigo con especial atención todo lo que tiene que ver, desde ya hace algunos años, con el crecimiento económico sostenido de China. Pero una vez más, lo del 10% anual, y en general todo lo que tiene que ver con sus espectaculares números no logra explicar ni de lejos lo que aquí de veras está pasando. Por supuesto, nada mejor que un buen baño de pura realidad para conectar con la verdadera dimensión de los hechos.

Me encuentro ahora mismo con mi amigo Fran en Guangzhou –Cantón, en castellano- por razones profesionales. En los dos primeros días, con el jet lag metido hasta los huesos, hemos estado visitando factorías que nos interesaban profesionalmente. La primera de esas dos jornadas nos dirigimos a Haizou (7 millones de habitantes) en coche, a una hora y cuarto de nuestro hotel, situado en un barrio popular del centro de Cantón. El coche nos recogió más allá de las nueve de la mañana, casi una hora más tarde de lo que estaba previsto. Enseguida tomó una de las grandes avenidas del centro para salir de la ciudad. En ese trayecto de más de media hora larga, con tráfico muy fluido, atravesamos con rapidez el inmenso distrito financiero de Guangzhou, una retahíla de colosos de acero, vidrio y hormigón cuyo poderío y diseño avanzado en nada tienen que envidiar a los del Downtown de Manhattan. Muy al contrario.

Y debo decir que estoy simplemente impresionado. Dos términos caben utilizar para lo que está sucediendo en la China actual a la vista de lo que se muestra ante mis ojos: gigantesco y dinámico. Todo es enorme y veloz en una medida que nos es difícil digerir como europeos –ahora en los vagones de cola-. La China del 2010 nada tiene que ver con los estereotipos que la era de Mao fue dejando en nuestras adormiladas mentes. China quiere ser, y lo es ya de hecho, la locomotora, el centro de decisión y la nación más grande del planeta en todos los sentidos, y por fin se ha decidido a escribir la historia en primera persona.

Tengo la fundada impresión de que muy pocos entre nosotros podría hablar con relativa exactitud de una ciudad como Guangzhou (Cantón), en el sur este de China, cercana a Hong Kong. Pues bien, a título de inventario esta es una enorme metrópoli de 14 millones de almas en plena ebullición. Una de esas más de veinte de ciudades chinas que pasan de los ocho o diez millones de personas y cuyo PIB superaría con creces la de muchos pequeños países y regiones de Europa. Aquí se respira, creedme, modernidad y optimismo por los cuatro costados. Sus calles se atestan a las seis de la mañana y no paran de moverse hasta altas horas de la noche. Su población es mayoritariamente joven y a mi juicio el carácter de la gente es enormemente alegre y dinámico. Las mujeres son todas muy femeninas y atrevidas a la hora de vestir –quizá el calor tenga que ver con ello-, las jóvenes especialmente, ataviadas con ropas de tendencia vanguardista y muy actual, yo diría que con mayor énfasis todavía que en nuestras urbes occidentales. Los hombres son desde luego menos brillantes y poco finos en sus modales, pero, en términos generales, los encuentro pacíficos y amistosos.

Los habitantes de Cantón disfrutan enormemente del fenómeno urbano, de pertenecer a una gran urbe que ofrece grandes posibilidades en cualquiera de los sentidos, en su ocio y restauración, en sus finanzas y negocios, en sus actividades metropolitanas, en sus conexiones con el exterior, en su pertenencia a la vanguardia de una nación en pleno e imparable auge. Y puedo añadir que, desde luego, la enormidad de esta gran ciudad recoge problemas inherentes a las grandes conurbaciones en plena expansión (polución, masificación en servicios,…), pero no es algo que los cantoneses no parezcan dispuestos a superar con providencial estoicismo, lo hacen y con excelente nota. A una atestada y casi típica escena de entrada en los vagones de metro, los cantoneses no responden con quejas en voz baja y caras de fastidio, sino con sonrisas y caras divertidas, sobre todo cuando observan los abrumados rostros de los visitantes extranjeros.

Guangzhou es una ciudad que desprende fuerza y contraste por doquier. Sus infraestructuras son recientes y de primera línea, preparadas para cualquier evento por gigantesco que sea. Su feria de comercio internacional es doblemente grande a cualquiera de las que se puedan presentar en Europa, no en vano deben albergar sólo con visitantes nacionales lo que representaría un mercado cuatro o cinco veces superior al europeo entero, Rusia incluida. Las empresas chinas de tamaño medio pueden fácilmente albergar a decenas de miles de trabajadores y con ese enorme potencial se presentan en las ferias chinas con la intención primigenia de asegurar primero una cuota de mercado chino. Mientras, van trabajando silenciosamente llenando el mercado mundial de sus productos, sin estridencias, sin prisa pero sin pausas. Comienzan primero con productos de fabricación menos compleja, pero son capaces ya de fabricar maquinaria pesada de la más avanzada tecnología con unos estándares de calidad realmente considerables.

Mientras la industrialización de la geografía china es un hecho de consecuencias históricas imprevisibles, su población vive el tránsito a la economía de mercado de una forma mucho más tranquila que lo que desde occidente se pudiera asegurar a la luz de los múltiples informes de las diferentes organizaciones internacionales y de los observatorios de derechos humanos, que aseguran que el nivel de respeto a los mismos deja mucho que desear. Personalmente no he percibido en la población china, en el tiempo que he estado aquí, ningún especial agobio por la situación política del país. Yo diría incluso, que entre ellos hay un nivel de aceptación de la situación muy considerable, y que la mayoría de la población china intuye las consecuencias que podría acarrear un crecimiento económico fuera de un control. Los problemas, es muy cierto, existen en este terreno, pero no en la dimensión que desde occidente se anuncia con regularidad. Ahora mismo, la conciencia social pasa por concentrarse en el trabajo y en vivir la vida social y el escaso tiempo de ocio de la mejor manera posible. Y desde luego, estoy en condiciones de asegurar que la propaganda política que pueda enviar el gobierno chino a su población, ni tiene las dimensiones que se alcanzó en los regímenes comunistas de la década de los ochenta ni tampoco guarda una eficacia que pueda sentir asfixiada a la población. Digamos, para entendernos, que el poder y el ciudadano se toleran. He podido observarlos en diversas anécdotas que denotan cierta actitud de menosprecio, cuando menos indiferencia, a la autoridad.

Y es que aunque, aunque parezca mentira, los chinos no aceptan cualquier tipo de normas por mucho que parezca lo contrario. Prueba de ello es las señales de tráfico, rara vez se respeta alguna que no sea el color rojo del semáforo, y lo increíble del caso es la baja siniestralidad que exite en comparación con los descontrolados dígitos que seguimos mostrando en Europa. A pesar de todo, debe quedar claro, no obstante, que al día de hoy no existe ni completa libertad de expresión ni existen elecciones libres y democráticas en el territorio chino. Pero insisto, la atención a la política no parece ser una cuestión prioritaria para ellos. Y yo me pregunto, ¿acaso es una cuestión que interese aquí hoy en día?

Thursday, September 02, 2010

MI DESEADO ARTURO




MI DESEADO ARTURO.

Oscar Serrano Peña.
Derechos exclusivos de autor de Oscar Serrano Peña, 2006.




Cap. I



A Agueda siempre le gustó vigilar sus pasos y no andar despistada por la vida. En realidad no hace otra cosa que seguir a pies juntillas una antigua advertencia de su abuela que ella siempre recuerda con una sonrisa cálida, como de retorno a un refugio íntimo, con la honda impresión de bienestar que su memoria le brinda. “Mira por donde pisas”, solía decirle cuando apenas era una linda mocosa que no levantaba cuatro palmos del suelo. Se trata de una recomendación plenamente justificada; cuando era niña, porque tropezaba con pasmosa facilidad con todos los objetos que brotaban a su alrededor. Años más tarde, cuando los cardenales abandonaron su frente, sus brazos o sus piernas y éstas se estiraron hasta la medida de una mujer prematuramente adulta y muy esbelta, Rosa le seguía advirtiendo cariñosamente que vigilara sus pasos.


Tal vez fuera esa necesidad de escuchar su palabra breve y certera, jamás pronunciada en tono de reproche, lo que forjara con el decurso de los años una conexión tan intensa entre abuela y nieta. Los avisos de Rosa se deslizaban por lo común tras una sonrisa cómplice y en momentos muy concretos, no como los de su madre, sin ir más lejos, que le advertían con gravedad que tras el ruego no atendido vendría algo mucho peor. Nieta y abuela pronto entendieron que su cariño profundo era muy particular y merecía la pena verlo crecer sin cortapisas. Rosa siempre ocuparía los más vívidos rincones en la memoria de Agueda, recuerdos pintados de tonos verdes y colmados de aroma a hierba fresca, todos envueltos de cariño, y sobre todo, de la más profunda nostalgia.


Agueda llegó a Can Miracles sobre las diez de la mañana en un día particularmente fresco. Pocos minutos antes desciende del autocar que le trae de Barcelona, a unos setenta, quizá ochenta kilómetros, y cruza la plaza del pueblo para dirigirse hacia las afueras. Camina de forma pausada, mirando a ninguna parte, con ese aire a ocio tan irritante que distingue a los forasteros que llegan de la ciudad y que parece querer mostrar que las prisas sólo quedan para sus negocios, sus notables y ridículos negocios. Aún así, pasados el par de minutos el campanario mengua a la vista, el aroma a pan que despide el horno desaparece y sus pies ligeros la llevan enseguida hasta los contornos de la aldea. Enfila el camino hasta la masía bajo un cielo transparente y acompañada por el denso olor a corral que emerge desde las granjas más próximas al camino. Aunque eso es un momento nada más, de repente el aire gira, cercos y cobertizos quedan en silencio a su espalda, y a su frente, una vez más, irrumpe con vigor el paisaje ondulado del Lluçanés, feraz comarca situada en mitad de tierras catalanas.


Es entonces cuando Agueda siente de veras que llega el fin de semana; recorrer en soledad aquella vereda boscosa es uno de los pocos placeres insustituibles que guarda para ella sola. Y bien mirado no es que haya nada de extraordinario en ese trecho de subida que badea las fincas vecinas de camino a casa, o tal vez sí, si pensamos en la perenne locura que atraviesa estos tiempos de graves crisis: un paisaje calmo, anegado de verde… En algo parecido piensa siempre cuando lo recorre ensimismada, en ese privilegio tan sencillo y caro al mismo tiempo. Son apenas cinco minutos de leve cuesta caminado bajo la sombra de los alcornoques que vigilan el camino, escuchando el rumor de las ramas agitadas por el aire, sintiendo cómo la hojarasca cruje bajo sus pies en cada uno de sus pasos, para poco después y sin apenas darse cuenta, llegar de vuelta a casa, a casa de su abuela, a Can Miracles.


Su abuela y Nerea la esperan en la puerta, como de costumbre, plenas de satisfacción, observando una vez más el ritual involuntario que Agueda acomete siempre justo antes de abrazarlas: se gira hacia atrás y contempla por un momento, no sólo el camino andado y los árboles que lo cubren, el herbazal sembrado de ganado, el pueblo empequeñecido algo más abajo, sino también y sobre todo, la imperiosa estampa que ofrecen los primeros macizos pirenaicos emergiendo blancos sobre el horizonte. Una vez al mes, a lo sumo dos, incluso a veces ninguna, Agueda se deja guiar por el reposo absoluto que se respira desde esa tenue colina, y en cada ocasión que por allí para valora todavía más su fortuna: la de disponer de un rincón en el mundo que le entrega lo que sólo aquel sitio puede concederle. Y es cierto, porque todo allí se detiene durante esas cuarenta y ocho horas, mágicas y escasas, que le permiten tomar respiro y sobrevivir al menos durante dos semanas más.


Pero en realidad no decimos bien. Can Miracles, la casa de campo donde vive su abuela muy en paz consigo misma y con el resto del mundo, no es propiamente una masía antigua y ya está; es más bien una “casa pairal”, un edificio noble de grandes dimensiones y que supone la propiedad más valiosa para la familia desde hace muchas generaciones. Es todavía más antigua, pero grabada en piedra sobre el portón de la entrada se indica la fecha de la última ampliación, 1713, época de sables al viento en aquella latitud, pero que por allí debieron pasar bien envainados a juzgar por lo abultado de la obra. Del cuerpo principal, lo que es decir, de la casa tal y como fue construida en sus orígenes ya no queda casi nada, y se hace difícil imaginar cuál fue su aspecto primigenio antes de que las sucesivas ampliaciones la acabaran cubriendo del todo. Tan sólo otra pequeña inscripción sobre la piedra, en el mismo dintel de la puerta de la cocina, nos revela el año del primer impulso constructor, 1597.


Pero que ese edificio atesore tanta historia no deja de representar poco menos que una curiosa anécdota para la familia, por descontado mucho más receptiva ante el valor económico de la heredad que no ante el relumbre de su dilatada crónica. Y asimismo, como suele suceder en estos casos, no pasa lo mismo con la abuela, muy consciente y comprometida con todo lo que tenga que ver con el clan y sus propiedades. Para Rosa, cada piedra, cada árbol que rodea el edificio, hasta la última brizna de hierba en el rincón más apartado de la finca son tributarios de la mayor estima por ser testigos inertes de la vida y milagros de todas las generaciones de Miracles. Así debía ser, pensaba y predicaba Rosa, que amaba y protegía aquel terruño como si del último paraíso de este mundo se tratara.


Sin embargo, todo sea dicho, en esa casa tan apacible cabe muy bien la posibilidad de que las horas se sucedan con una lentitud soporífera, difícilmente soportable si no se está del todo habituado a ese inmenso caudal de sosiego, de igual forma que discurren en toda la comarca, transportadas con suavidad por el desapacible céfiro que desciende desde las montañas, acariciadas con indolencia por los diversos tonos de la luz del día y con un silencio sólo interrumpido por el tolón ubicuo de los cencerros, y acaso algún lejano ladrido de perro pastor que azuza a su ganado.


Aquel sábado avanzaba en esos compases somnolientos. Habían almorzado ligeramente y echado un sueñecito. Agueda ya andaba aburrida de verse seguida por los pasos descalzos de Nerea, esbelta y silenciosa, cuya antigua costumbre de perseguirla por todos los rincones del inmueble continuaba abrumándola hasta que no lograba extraerle una expresión cansina de reproche: “que no me voy, Nerea, que ahora vuelvo. Deja de seguirme, por favor”. Rato después en su habitación, no bien había terminado de desempaquetar su ropa, la abuela entró sin llamar y la invitó a sentarse en el salón principal, una estancia de veras amplia, algo umbrosa, de techo artesonado y decorada con la más elemental austeridad de las casas rústicas: con sus enormes baúles, sus cómodas señoriales de madera gruesa y oscura, con el suelo de piedra abombado por los miles de pasos que lo atravesaron; toda ella envuelta en un silencio comprimido y rarefacto que revelaba el misterio sólido de existencias pasadas.


La abuela se sentó en un extremo de la mesa, dejó su bastón de fresno apoyado en una silla a su izquierda, y con una mirada de solemnidad inusual señaló a su derecha para que Agueda se dispusiera a escucharla con la mayor atención:

- Tenemos que hablar, pequeña –dijo en tono resignado -. Ya sabes que nunca me ha gustado tratar de estos asuntos con nadie, pero ya no puedo prorrogarlo más. No me queda mucho tiempo para seguir peleando entre los vivos.
- ¡Qué bobada, abuela, por favor! ¡Pues anda que no nos quedan fines de semana que compartir! Ya empezamos…


Pero Agueda sabía con certeza que su abuela no decía ninguna tontería, no era de las que obsequiaban palabras sin ton ni son, y en esta precisa ocasión mucho menos. Rosa rebasaba los ochenta, y pese a su lucidez de criterio lo hacía con una salud delicada, arrasada por la artritis que años ha la había advertido de modo contundente con una cojera repentina de la que ya no sobrepuso nunca. Caminaba con suma dificultad, algo encorvada, arrastrando una de las piernas que miraba rebelde hacia su exterior y ayudada con su bastón de fresno con mango de marfil, que confería un atisbo de coquetería a unos andares lastimosos. Su corazón era débil, y si aún peleaba latente era no más que por la ingesta continuada de pastillas de los más diversos colores que ya tomaba sin mucho concierto y a deshoras. Y acaso lo peor de todo, no le quedaban muchas ganas de vivir. “Ya he visto casi todo lo que es digno de verse, y lo que me queda por ver, me parece que no me interesa”, refunfuñaba con resignación en aquellas en ocasiones que la compañía ruidosa o los comentarios inoportunos la abrumaban. Ahora daría carta de naturaleza a su declive a través de esa conversación pendiente con Agueda, que como bien decía, no permitía más aplazamientos. Por eso la citó con solemnidad, procurando no eludir el mínimo detalle y requiriendo el máximo interés.


- Quizá no nos queden tantos fines de semana que compartir como te piensas, pequeña, y bien que lo siento - rebatió con una cariñosa mirada -. Pero morir no es lo que más me preocupa, eso es sólo una cuestión de tiempo, para mí y para todos. Lo que de veras me inquieta son las cosas que dejaré por hacer, o las que comencé en su día de forma involuntaria y que deben ser continuadas a pesar de mi ausencia. Una de ellas, también lo sabes, ahí la tienes, bendita ella. Sólo Dios sabe lo feliz que me ha hecho a pesar de su silencio.


Se giraron por un momento hacia Nerea. Permanecía absorta frente al televisor en una habitación contigua, como cada tarde lo estaba desde ni se sabe cuándo. No quedaba muy claro si alcanzaba o no a comprender lo que evolucionaba antes sus ojos, también azules y rasgados, algo enrojecidos, como los de su madre y los de su hermano. A veces Rosa Miracles hubiera jurado que se llegaba a emocionar con los seriales de sobremesa desde que en cierta ocasión la vio llorar desconsolada ante una escena, en la que la protagonista femenina hacía lo propio lastimada por la indiferencia de un amante despótico y relajado. Rosa recordaba, cuando el asunto era comentado a modo de anécdota en el círculo familiar, que se trataba de un episodio final, como mandan los cánones, plagado de revelaciones tremendas: el galán volvía a su hogar abandonando el amor de su vida - que desde luego se comprobó que no lo era tanto-, la heroína decidió dejarle marchar guardando el secreto de un hijo por venir y silenciándole una grave enfermedad que era incompatible con su maternidad próxima. Algo más tarde llegó el clímax: el galán se arrepiente de su falta de sensibilidad y decide regresar al lado de su amante, juzga que merece ni que sea una explicación, algo de compasión evitaría mayores desastres: “las cosas se han complicado, mi familia me vigila, mi padre me amenaza con desheredarme, entiéndelo, la vida continúa, cuando todo se calme nos seguiremos viendo si tú quieres; además, lo sabes de sobras, nunca nos juramos amor eterno”. En el camino de vuelta, a través de un desfiladero profundo y en medio de una cruel tempestad, un rayo restalla con estrépito, su corcel le lanza al abismo y el jinete muere despeñado. Con el sepelio del frívolo galán, con la amante sollozando que lo observa clandestina tras unos árboles en la lejanía, apareció el fin tras más de un millar de capítulos en los que Nerea había permanecido impasible ante el televisor hasta ese único momento.

- Puede que tu padre tuviera razón –seguía diciendo la abuela sin dejar de mirar a Nerea -. Si cuando era una niña la hubiese llevado a un centro especializado, no sé, ahora a lo mejor sería capaz de hacer muchas cosas, y hasta quién sabe, quizá se hubiera valido por sí misma y haría una vida casi normal.
- Eso no lo sabrás nunca, ya no tiene mucho sentido planteárselo –sostuvo Agueda con ánimo consolador -. La verdad, yo no creo que hubiese mejorado mucho.
- Ya –suspiró Rosa -. Entonces eran otros tiempos, tenía que alejarla de mi lado y eso era pedirme demasiado… Pero sí, quizás tengas razón. Deja que te diga: con tu padre, que también es mi hijo, persona a la que he querido tanto como a ella, Dios lo sabe, pues en fin, lo hablé con él en más de alguna ocasión, y no es que se niegue, no… Pero la verdad, tampoco sé si me puedo fiar mucho de él. Le veo muy despistado con su vida como para ahora hacerse cargo de otra. Además, supongo que tampoco puedo pedirle a nadie que cargue con tu tía Nerea para siempre, y de hecho no lo he pensado ni por un momento. Lo único que reclamo para ella es algo de atención y cariño, distante si quieres y si no hay más remedio, pero sin que quede del todo olvidada. Cuando yo fallezca quiero que te encargues de ir a visitarla con la mayor regularidad de que dispongas. Eso a ti no te costará, tú la quieres casi tanto como yo. Ya he llegado a un acuerdo con el centro en Barcelona, y todo está previsto para cuando llegue ese momento. Creo que es un sitio ideal para ella. No es que vaya a estar como aquí, que hace lo que le viene en gana, pero con el paso del tiempo no tendrá más remedio que adaptarse. No dejo de pensar en ello, Agueda, la veo tan desvalida… Fíjate que te digo, si supiera con certeza qué es lo que me espera cuando cierre los ojos definitivamente, si supiera que en efecto allá arriba hay un cielo que nos aguarda, casi que sería capaz de llevármela conmigo. No, no vayas a llorar ahora, por favor. Quiero que sepas algo más que para mí tiene casi la misma importancia que lo te acabo de pedir, y te requiero entera y vigilante. Sé fuerte, mi niña, acabo enseguida y no te molesto más.


Agueda no podía evitarlo, le crujía el corazón tan sólo de pensar que algún día su abuela dejaría de estar a su lado. Escuchar sus últimas voluntades, así, en frío, le supuso un trago muy difícil de pasar. Pero no era ya sólo la negra perspectiva de no poder contar nunca más con el calor de su compañía, con la sabiduría y la ternura de su trato, la idea de ver a Nerea sola con ella misma como única visita durante el resto de su vida, aparcada de esa forma tan áspera en un lugar desconocido la desconsolaba todavía más. Nerea no habló nunca desde su nacimiento, jamás cruzó expresión de ninguna clase con nadie que no fuera su madre o su sobrina Agueda, a quienes apenas alcanzaba a sonreír ligeramente cuando la llamaban o cuando se quejaban por su inveterada manía de aparecer al lado de cualquiera sin avisar; los sustos que daba sin querer y por doquier eran continuos y difíciles de olvidar. Ni siquiera Brígida Candelaria, la asistenta que acudía a la casa diariamente desde hacía varios años podría asegurar con rotundidad que Nerea se hubiera percatado nunca de su presencia, o que la hubiera mirado alguna vez directamente a los ojos. “Pobre, esta bendita chica no responde a ningún estímulo”, pensó Brígida después de comprender que Nerea vivía muy tranquila fuera de este mundo.


Al menos, pensaba Agueda, en casa podía moverse a su antojo de un lugar a otro, iba bien alimentada y muy aseada, con su cabellera rubia siempre bien cepillada y brillante, de vez en cuando salía a pasear con la abuela por las cercanías, ocasionalmente bajaban al pueblo a comprar y revolver entre los puestos del mercadillo, a su manera y en su silencio perpetuo Nerea conocía el dulce abrigo de la felicidad. Ingresada en una residencia en mitad de la ciudad, sujeta a las normas con lógica impuestas para todos los internos y desatendida para siempre de afectos cercanos, Nerea padecería sin queja los años que le quedaran de vida. Nadie iría a socorrerla por mucho que se lo propusiera.


Pero el futuro de Nerea no fue el único asunto que Rosa Miracles trató con su nieta aquella tarde de té frío y graves confidencias. Tras ponerle al corriente de los temas financieros y de alguna que otra cuantiosa renta que conservaba –“esto lo llevarán los abogados, tú descuida “-, Agueda asumió aquella tarde un extraño legado al que en ese momento no concedió mayor importancia por la congoja que la atenazaba.

- Ése será para ti, míralo y escucha lo que de él tengo que contarte. ¿No te parece hermoso?
- Estoy harta de verlo ahí arriba, pero si te digo la verdad, nunca me había fijado en él detenidamente.

Tuesday, June 15, 2010

Ese engendro llamado "Europa"


He estado unos días en Eurodisney, o si lo prefieres, ese cuasi-obligado Xacobeo al que peregrinamos los padres con hijos pequeños, mientras les dura esa linda y emocionante inocencia. El verlos felices e inocentes nos reconforta, y admitámoslo, nos gustaría verlos así siempre, pero afortunadamente para todos, eso no puede ser. Luego crecen, les salen granos, algo más tarde se hacen novio/a, y la inocencia les abandona para no volver. Maldito tiempo que no se detiene...

A decir verdad, el de Mickey es un territorio que conozco muy bien, casi desde el mismo día de su inauguración, al cual acudí con mi empresa de viajes -Golden Tours, siempre Golden, la que tanto me enseñó...- y lo cierto es que casi nada ha cambiado desde entonces. Bueno, eso sí, ahora hay muchos más empleados que hablan español, lo que era algo más difícil de ver hace casi veinte años ya. El parque es una suerte de radiografía familiar del mosaico de la ciudadanía europea. Si bien lo que más abunda es italiano y español, en el emporio Disney de Marne la Valleé se mezclan y se distinguen sin dificultad todas las banderas de la Unión. Y es que, es cierto, en estas casi dos décadas Europa ha progresado en su proyecto de integración una barbaridad. La gente ya se mezcla en cualquier capital europea, la juventud se va reconociendo unida y homogénea en su diversidad, tenemos una misma moneda -una de las divisas más preciadas de la soberanía- y la circulación de personas, bienes y servicios en el territorio europeo, es toda una realidad que ya nadie discute. De hecho, si lo miramos bien, ya a día de hoy, la mayor parte de la legislación que controla y dirige nuestra vida diaria son disposiciones que tienen su origen en la Comisión y el Parlamento europeos.

Pero que nadie se engañe y que no se olvide jamás. Este magno proyecto político, trufado de utopía y buena voluntad, surgió de la necesidad de blindar una paz en el continente que, hasta la fundación de la organización con sede en Bruselas, había costado millones de vidas en multitud de guerras, todas de una crueldad infinita. Los europeos somos así, nos necesitamos y nos unimos, pero a la vez nos maltratamos. Miramos al resto del mundo por encima del hombro, pero somos incapaces de admitir nuestra debilidad y de reconocer el peso de nuestra historia.

En esta crisis sin precedentes, que trae su origen del país de Mickey Mouse -qué poca memoria tenemos-, Europa se lo juega todo. España también, desde luego, pero sobre todo, Europa. Europa y su concepto de destino común compartido. Y lo peor del caso es que no veo que se esté reaccionando adecuada y honestamente. Me ha defraudado profundamente Angela Merkel. Apuntaba maneras de líder continental y está acabando abatida por las pequeñas miserias del que no tiene soluciones para nada. Sigue oliendo a podrido en Bruselas. Todos los países europeos han sido llamados a perfilar reajustes presupuestarios de una dimensión desconocida hasta la fecha, todos muestran un déficit público galopante, pero no todos están dispuestos a reconocer sus pecados y menos a comprometer su estabilidad bajo ningún concepto. Si es necesario machacar al vecino, pues se hace. Así la solución de Inglaterra y Alemania no ha sido otra en los últimos meses que poner en marcha el ventilador de la los rumores maliciosos y las mentiras, a través de sus heraldos privilegiados -escudados en una dudosa interpretación de la libertad de prensa- y de sus agencias de "calificación" -a las que nadie discute nada, y que tanto se equivocaron en el pasado- para desestabilizar las economías del sur de Europa, y tratar de desviar la atención sobre lo delicado de la situación en la casa propia.

Ante los rumores que ayer apuntaban a la quiebra económica de España, que debería ser rescatada por el recién fundado fondo europeo, rumores provinientes de Alemania -y que colocaban la fuente en Bruselas-, Merkel debió cortarlos de raíz y no seguir jugando con las dudas maliciosas que tanto daño pueden hacer a millones de familias a corto plazo. Esa hubiera sido la conducta de un líder europeo solidario y sabedor de nuestro destino compartido. Pero ayer dio la verdadera medida de su liderazgo. Si tuviéramos en España líderes con personalidad, reaccionarían emprendiendo acciones legales contra el rotativo que difundió gratuitamente esos rumores. Si esos rumores verdaderamente salieron de los despachos de Bruselas, se deberían reclamar dimisiones y/o ceses fulminantes. Pero aquí seguimos sin reaccionar ante los ataques de Europa. Y la economía española, que como todas, se basa en la confianza que desprenden sus activos es impunemente agredida casi a diario sin que por nuestra parte salga nadie que dé la cara.

Europa sigue sin entender que debe abandonar sus luchas intestinas para siempre. Que lo que pasa en Ibiza, influye y mucho sobre lo que pasa en Berlín. Que lo que en Londres duele, aquí sangra, y viceversa. Nuestra desunión estratégica favorece los planes planetarios de otros que siguen creciendo y dejando atrás las crisis que orginaron y nos contagiaron. En el tablero del mundo, cada vez más ferozmente competitivo, Europa está perdida si no acaba de entender que debe olvidarse de una vez por todas de luchas miserables y cainitas. Debemos remar todos en la misma dirección, o de lo contrario, Europa pasará a ser territorio de tercer orden en muy pocas décadas.

Yo personalmente ya he perdido la inocencia, ya hace tiempo que dejé de creer en Mickey Mouse.Y tú,¿crees todavía en Mickey Mouse?

Tuesday, May 11, 2010

Huelgas y... huelgas.


Hace unos días tuve el privilegio de participar en una tertulia política y económica en Ona Mallorca. Se intereseaban por mi opinión acerca de los sucesos en Grecia -huelgas y manifestaciones cruentas- desde un punto de vista político, si aquel completo desaguisado, me preguntaban, que ya se ha cobrado vidas humanas, tenía arreglo o no, y si acabaría por llevándonos al desastre a toda la zona Euro. Parecían realmente preocupados, y a juzgar por las imágenes que llegaban desde Atenas, era para estarlo. Me permití dar un mensaje de optimismo y afirmé que Europa saldría de ésta, sin lugar a dudas. Entre otras razones, porque no hay más remedio. Otra cosa era el panorama político que quedaría en Grecia: la fractura de confianza entre la población y la clase política en el país heleno es definitivamente insalvable, y desde hace ya muchos años. Se trata de una sociedad completamente alejada de cualquier objetivo político común que no sea el de adorar a su bandera en competiciones deportivas. El nivel de economía sumergida es alarmante, la competitividad es reducida, la productividad laboral es realmente muy baja, la motivación de la población hacia retos comunes está por los suelos y su desconfianza hacia las instituciones es absoluta. Los fundamentos de su economía tampoco son muy sólidos, turismo y agricultura, principalmente. Y además, su transición hacia una moderna economía de servicios está tardando demasiado. Por tanto, el reto del gobierno griego de salvar una nave en zozobra es realmente importante. Pero aún y con todo, algo me dice que con la ayuda de Europa lo conseguirán.

De todas formas, el pánico aquellos días llegó de nuevo a la Bolsa, se temió un nuevo crack y los especuladores golpearon al Euro y la deuda de varios países, entre ellos la del nuestro. Estuvimos a punto de un nuevo desastre económico global. La prensa británica sigue por su lado dando por saco con sus mensajes manipulados tratando de hacer leña de nuestro árbol caído, mirando así de desviar la atención sobre una economía, la suya, que tiene, si cabe, mayores problemas que la nuestra. Empiezan a salir brotes verdes en nuestra economía, es verdad, pero los problemas que soportan miles de familias comienzan a ser insostenibles.

Pero héte aquí, muy curioso, que a pesar de la que está cayendo en toda Europa siempre hay listos que van por libre. Me lo dijo M. Carmen la semana pasada y me reí por creer que sería una de sus ocurrencias ingeniosas. Luego ya sólo me sonreí cuando me lo contó mi madre, y más tarde lo escuchaba atento cuando lo comentaba indignada la gente por la calle en Barcelona, porque por causa de esa huelga llegaban tarde a sus trabajos, colocando su situación laboral en claro riesgo en un época muy peligrosa. Pues en efecto, era increíble pero completamente cierto: los maquinistas de RENFE Cercanías iban a la huelga en reinvindicación de una cuantas plazas de parking -subterráneas, que no se les vaya a mojar su coche- a ubicar en la estación de Sants. Finalmente, yo ya no daba crédito cuando lo leía en el periódico: con la que está cayendo, y cuatro desalmados y desahogados se permiten el cruel lujo y la enorme desfachatez de reinvidicar semejante privilegio de señoritos sin importarles el daño que provocan. Porque como trabajadores que son, llevar adelante tal reivindicación e ir a una huelga sin justificación y de dudosa legalidad, me parece una crueldad infinita, además de un gesto cateto y profundamente insolidario. Es tremendamente injusto que esos señores, que no hacen reclamaciones laborales básicas, es decir, demandas por un sueldo digno o unas condiciones laborales adecuadas, sino que piden que se les trate como paletos nobles del siglo quince, pongan en jaque todo el sistema de transporte público, provocando un monumental caos y un cabreo en la gente como el que se originó.

Y ya viene siendo hora de que por parte de quien corresponda, se vaya arreglando este tradicional chantaje que muchos trabajadores privilegiados de los transportes públicos, ya sea metro, ferrocarriles, pilotos, controladores, autobuses,... -que pagando los mismos impuestos cuentan con jubilaciones privilegiadas, unos privilegios que les paga toda la clase obrera a la que repetidamente machacan con sus huelgas- vienen inflingiendo al resto de la sociedad. Si no tienen vocación de servicio público, por favor, que abandonen sus sillones sin perder un minuto más.

Thursday, March 11, 2010

COMO EN UN MUNDO APARTE


Como en un mundo aparte.

Como una clase cardenalicia arropada por los muros de una ciudad papal, como los hábitos de los monjes budistas en el remoto Palacio de Potala que domina el valle de Lhasa, como los frailes benedictinos de Montserrat. Así de aislados y reflexivos se le nota a la clase política de la actualidad, acaso perdidos en una liturgia particular de juegos florales en el púlpito de su Congreso de donde les gusta muy poco salir, y sobre todo, sedientos, de flashes, de microfónos, de portadas, ensimismados en sus guerras particulares y sólo motivados a la vista del objetivo de un canal nacional. Entonces sí, cuando ven la cámara enardecen la pluma, erizan el pelo, sacan pecho y meten barriga, afilan la lengua y disparan.

Lo triste es que así funcionan ya casi todos, sea gobierno u oposición. El gobierno incapaz de manejarse con la soltura y la valentía que requiere el guía para llevar su grupo hasta la tierra prometida. Han contemporizado tratando primero de hacernos ver que la crisis no era tal, luego repartiendo diezmos para paralizar las críticas, más tarde esperando quietos a que el temporal disipara, que las nubes se alejaran y llegaran las elecciones, ya en medio de un cálido anticiclón. Pero la borrasca no perdona a los indecisos, más bien los arrasa, se ha llevado de por medio la tranquilidad de demasiadas familias que cuando vieron entrar la pobreza por la puerta contemplaron salir el amor por la ventana, de demasiados negocios modestos y esforzados que de verdad creyeron que los bancos realmente abrirían el grifo cuando lo anunciaron y que luego no sólo se escondieron, sino que encima los taparon. Y lo bueno es que nadie ha les ha dicho absolutamente nada aún habiendo logrado dinero público y barato; ni están ni se les espera, como suele decirse. Demasiadas ilusiones machacadas, y todo por tener un gobierno que ha pensado más en no salir ni muy herido ni muy criticado de la crisis, por no tomar decisiones firmes en el momento adecuado, un gobierno timorato que por no querer ver ofuscados a unos pocos ha terminado por cabrear a todos. Se echó en falta liderazgo, compromiso y valentía. Porque como dijo en cierta ocasión un político, sin ir más lejos, la política es para valientes. Pero claro, este político, Pujol, se fraguó primero en cárceles de la dictadura y luego peleó la transición, que era otra época, ya lo creo queridos amigos, ya lo creo.

La oposición, qué triste, confunden oposición con oportunismo, también incapaces de ofrecer una sólo, y sólo una, alternativa válida para acabar con la depresión que nos oprime. Con el semblante siempre crispado, como el del niño que le quitan el juguete y se cabrea, siempre llamando a la catástrofe y ahora, no te lo pierdas, incluso a la rebelión (claro, ha sido esa misma señora que decía que con seis mil euros no llegaba a fin de mes). Ni sentido de estado, ni solidaridad con las clases humildes, ni respeto a las minorías lingüísticas, salen corriendo con gritos desaforados cuando les hablan de pacto. Al contrario, sólo conocen una palabra: dimisión. Igualmente carecen de valor y liderazgo, sólo están por contar fechas en su calendario, ajustando los días que faltan para las próximas generales y tener así la oportunidad de salir en estampida para volver, con un poco de suerte y muchos insultos, a ocupar su cómoda y mullida poltorna. Que nadie se engañe, aunque saquen a pasear su bandera no les importa nada más que su cómodo y mullido sillón. Qué extraño, tampoco hablan de parar la parálisis de los bancos, de evitar que siempre ganen los mismos, como las grandes empresas que nos suben impunemente los suministros, o las administraciones que hablan de subir los impuestos (porque ellos también gobiernan en las regiones), sólo se iluminan para hablar mal de los otros: de los otros jueces, por ejemplo, que haciendo su trabajo les persiguen porque sus chorizos huelen menos y son menos chorizos que los de los otros. ¡Qué malo es ese juez que quiere encerrar a mis chorizos, me tiene manía, es un mal juez, apártenlo!

Ambos (y colocar aquí todas las excepciones que queráis) tienen ya algo en común: la falta de ética, la absoluta carencia de vocación de servicio público. La clase política, aún viéndolo pero sin darse cuenta, está pronta a su amortización más que anunciada. No faltan voces notables y sabias que advierten que la democracia, que por su propia dinámica genera un alto sentido republicano en la ciudadanía, que cada vez es más consciente y adicta a la igualdad, repudia cualquier tipo de aristocracia, ya sea nobiliaria, financiera, religiosa o política. La clase política (poner aquí las excepciones que os dé la gana) se está alejando a pasos agigantados del sentido que los creó, la representación del pueblo, y se van convirtiendo en una suerte de aristocracia menor, inválida para solventar los verdaderos problemas de nuestra sociedad: crisis sociales y económicas, desigualdades, protección ante las grandes multinacionales, catástrofes, etc. Se han especializado en organizar un circo mediático en el que el objetivo primero es lograr mayor ingenio en las argumentaciones propias para acceder al objetivo básico y superior: colocarse y colocar a sus fieles en los predios fecundos del poder. No es demagogia; es la constatación de un hecho cada vez más contrastado por todos. Y tampoco es ser un consumado gurú con una bola mágica bullendo con imágenes de ultratumba el adelantarse y atreverse a pronosticar que, al giual que ha pasado ya en el terreno de la cooperación y la solidaridad internacional, la minusavalía galopante de la clase política organizada en partidos provocará la aparición de plataformas de ciudadanos, asociaciones o como lo queráis llamar, que clamarán por un retorno al verdadero sentido de la "polis", que no es otro que resolver los problema de la "res publicae".

Señores políticos, ¿lo entienden ya o no lo entienden?

Monday, January 25, 2010

Farewell Economist!


Era una decisión que no me tomó costar en absoluto. El semanario británico, lo admito a pesar de todo, me ha tenido informado de lo que pasa más allá de La Jonquera durante muchos años. Lo que en principio no era más que una osada forma de practicar mi lectura en inglés, con el paso de los años se fue convirtiendo en una arma informativa letal, de primer orden si querías tener la consideración de los más sabios. Pero el tiempo pasa, debe ser la edad sin duda, y cada vez me veo más descreído de todo y menos necesitado de información puntera, sobre todo cuando me la dan ya cocinada. Total, que sí, que he anulado la suscripción. Cuando me llamaron desde alguna oficina externa de telemarketing en Londres para renovarla, les dije las razones de mi salida: no estoy de acuerdo con su línea informativa. Desde luego que mi intención no era ni impresionarles, ni perjudicarles,no soy tan vanidoso como para creer que una simple suscripción pueda perjudicar a tan todopoderosa publicación. Se trata de un simple acto de libertad individual. Seguro que ellos, liberales de pro, lo entenderán.

Y es que hace ya bastante tiempo tiempo que me incomoda la arrogancia, incluso en algún momento concreto, la descarnada falta de respeto que algunos de sus editores -que no puedo citar por su nombre, porque no firman sus artículos- gastan en informaciones que tienen que ver con España o con cualquier otro país del arco mediterráneo. En más de una ocasión llegaron sin pudor a agruparlos, aprovechando el falso doble juego de las iniciales,como "PIGS"-Portugal, Italia, Grecia y España-. Sus disculpas descafeinadas ante quejas incluso diplomáticas, sonaron a chanza. Con el mismo desdén del que se cree en alguna forma superior, no crean, se han dirigido a catalanes,por ejemplo, sobre temas como el Estatut. Casi nada que sea anglosajón y ultraliberal recibirá un tratamiento ni muy objetivo ni muy cercano. Esa es mi opinión de antiguo lector. Desde que la crisis azota suelo hispano, se tiran a la yugular con insusitada fiereza, hablando todo lo mal que pueden de nuestra economía. Y en buena parte puede ser cierto, pero ni mucho menos somos el desastre de país que quieren pintar. Que no se les olvide, que su sistema financiero tuvo que ser rescatado de las cenizas y, sobre todo, que la crisis vino desde el otro lado del Atlántico. ¿Que por qué esa actitud tan hostil? Mitad chauvinismo, mitad interés nacional. En una coyuntura en la que los flujos de inversión escasean y buscan invertir en mercados "baratos", lo mejor es dañar la imagen de los vecinos competidores para así poder conservar más posibilidades de mantener la inversión en predios patrios.

Sin embargo, en el último número que tuve en mis manos, reconozco que dieron de nuevo en el clavo. Supieron reconocer un dato clave para la historia, casi mundial diría yo, y que ha pasado desapercibido para el resto de la industria de la información. Por vez primera en EEUU, la fuerza de trabajo es mayoritariamente femenina. Es decir, la considerada todavía como primera potencia mundial es mayoritariamente mantenida y empujada por sus mujeres. No obstante, es verdad, dista mucho para que ellas asuman el control de la nave. Pero que nadie lo duce, no hace falta ser Nostradamus para poder asegurar que esa hora se acerca. Es una revolución tranquila, como así se la llama en el semanario, lenta, sin estridencias, pero segura y consciente. Yo personalmente espero un cambio de paradigma en la política y en las relaciones internacionales cuando ellas manden en un marco que no sea de excepcionalidad, por mucho que hayan habido ejemplos cercanos que nos pudieran hacer desconfiar del todo. Espero (llamadme ahora inocente), un mundo más tranquilo, más cooperativo, menos necesitado de marcar territorios y sobre todo, más compasivo y dialogante.

Lo malo que el Economist pone el ejemplo americano como referencia del liberalismo más rancio. Es decir: asegura que no hacen falta políticas de género -las que llega a calificar de injustas y discriminatorias- para asistir a una conquista de la mujer sobre el verdadero poder. Critica, cómo no, todo lo que se aleje del manual ultraliberal, como el esquema nórdico de políticas de género, y por supuesto, las cuotas implantadas en muchos partidos europeos de fuerte presencia parlamentaria. Error craso y nuevamente tendencioso. Si se hubieran molestado mínimamente en repasar la literatura doctrinal al respecto, hubieran caído en la cuenta de que es precisamente su esquema, el liberal a ultranza, el que no funciona casi por definición en cuanto a políticas de género se refiere. Estudios doctrinales de numerosos observatorios políticos y sociales -en los que he participado en alguna modesta ocasión- acreditan siempre y sin dificultad que en entornos democráticos puros, en el actual patrón de partidos políticos, donde lo que prima es tanto la seducción del discurso propio como la combatividad extrema -la mayoría de las veces conspiradora- de las diferentes facciones, lo que acaba triunfando es la agresividad del grupo y su líder, más que los argumentos de su discurso. Y en ese entorno, en el que las reglas y la ética valen muy poco, en el que la presencia del político en los medios -y no en el ámbito familiar- es absoluta, es precisamente en el que la mujer se mueve con dificultad. Las políticas de género, como todas aquellas dirigidas a superar las desigualdades sociales son necesarias, y enriquecedoras para el conjunto del sistema social. Ninguna sociedad puede permitirse el lujo de prescindir de la mitad, nada menos, del potencial de su conocimento. Son precisamente las sociedades que se basan en semejante desigualdad las que se condenan, más tarde o más temprano, a un atraso social y económico imperecedero. El petróleo también se acaba.