Tuesday, April 28, 2009

¿FRIVOLAS?








Las 9,05 de la mañana. He dejado a la niña en el colegio y me dispongo a tomar la C-58 para Barcelona. El embotellamiento es de campeonato; qué novedad. Para evitar que los nervios me deshagan, pongo la radio y sintonizo una tertulia. Una señora indignada clama a voz casi en grito que la foto de Leti y la Bruni en la portada de casi todos los periódicos es "una vergüenza, algo intolerable, para eso las mujeres no hemos luchado tanto, con lo que nos ha costado llegar hasta aquí, esa es una manera de cosificarnos, de degradarnos y de hacernos más dependientes...". Según parece le molesta sobremanera que las fotos del encuentro, en algún lugar incluso de espaldas, dejen contemplar la silueta estilizada de ambas notables damas.

Me la estoy imaginando a la señora quejosa, y además puedo hacerlo fácilmente porque también es habitual de las tertulias de ciertos canales conservadores de televisión que funcionan desde no hace mucho. Curiosamente, la señora indignada y un servidor compartimos hace años un breve espacio en un reportaje de televisión en un telediario, a propósito de un caso en el que yo actuaba de defensor en una supuesta compraventa de un bebé (que luego no fue tal, pero eso ya no se supo porque los finales felices no deben parecer una buena noticia). La ex- ministra, con todos mis respetos para su extenso currículo político y profesional, ofrece, no sé si casualmente o no, un aspecto más bien dejadote y poco glamuroso en sus comparecencias televisivas. Ignoro si esa es o no su intención, la de ofrecer una imagen descuidada y dura para que alguien la asocie con un temperamento muy profesional y comprometido, pero si es así en mi opinión va muy equivocada.

Por otra parte, a esa hora todavía no he visto las fotos, pero precisamente esas dos mujeres que suben la escalera de palacio con natural distinción, no resultan un ejemplo acertado de mujer dependiente, ni mucho menos; es público y notorio que ninguna de ellas esperó a que sus hombres las rescatara del oscuro anonimato. Las dos, me caigan bien o no, tienen un pasado personal y profesional de lo más profundo, fértil, e incluso exitoso. Una de ellas ascendió socialmente desde su profesión de informadora, desde la misma base hasta la cúspide; la otra, una vez precozmente retirada de su profesión, no se dedicó a vivir de los beneficios de su belleza , su posición y de su fama, todavía tuvo la valentía de componer música, venderla con éxito y convencer a público y crítica. Es más, yo diría que congeniarán seguramente no más se conozcan, porque ambas, luchadoras, conquistaron unos territorios sociales que hasta no hace mucho les estaría vedado por la más estricta -y algo anacrónica- de las etiquetas. Mujeres de la misma generación, respirarán aliviadas por encontrarse con alguien similar que entenderá su lenguaje y sus deseos sin juzgarlos. Yo hasta daría unos cuantos euros por asistir callado a una conversación confidencial entre ambas.

Las 9.30 de mañana. Tomo el metro. Frente a mí acaba de sentarse una mujer de mediana edad de bellos rasgos trigueños. Coge el bolso y echa mano de su kit de supervivencia urbana. Delicadamente, siempre delicadamente a pesar del molesto bamboleo del tren, la chica comienza a pintarse los ojos. Con discreción observo sus movimientos, son precisos, delicados, artesanos, con la misma sutil dedicación de un antiguo orfebre. Lo cierto es que personalmente me resulta una imagen de lo más agradable para comenzar el día, y casi que estoy por agradecérselo. A continuación repite idéntica operación con los labios (el color quizá un poco subido, pero...). Acaba en un periquete. Se mira en el espejo y el resultado parece satisfacerla. A mí también, le hubiera dicho. De repente alza la mirada y descubre su parada. De un -siempre- delicado salto se planta en el andén. Chica muy ocupada, seguro. Chica trabajadora, seguro que también.

A continuación, las 9.35, el pasajero de mi lado se levanta y deja un ejemplar de diario gratuito. No puedo evitarlo, paso las páginas con velocidad buscando la foto de las dos "satanasas". A lo mejor, vete tú a saber, se han dejado llevar por los efluvios primaverales y han mostrado sin recato ni pudor, sin querer o queriendo, dos vertiginosos escotes como para dejarlas arder en la hoguera eternamente por un pecado sin redención ni contrición posible... En efecto, aquí está la foto... Las dos juntas, muy monas, muy conjuntadas (burdeos y violeta con bolso y tacones a juego), y sobre todo muy recatadas. Qué decepción, están impecables, muy profesionales e irreprochables. Ofrecen una imagen severa y moderna a la vez. Nada en absoluto indica que además de rubias sean tontas o frívolas. Yo, por más que me esfuerzo sólo veo a dos mujeres jóvenes y cuidadas que suben una escalera en un acto oficial de estado. Me acuerdo de mi ex-ministra y de su espectacular diatriba matutina. Ahora, a la vista de las fotos, lo entiendo aún menos. ¿Acaso para estar ella más tranquila debían lucir esas dos mujeres un aspecto desastroso, en un acto oficial nada menos? ¿Debería la lucha de la mujer ser abanderada por congéneres descuidadas y crispadas, con cara de pocos amigos y alérgicas a la autoestima y el cuidado de la imagen? ¿Aseguraría ese proceder mejores resultados?¿Por qué ella misma es la primera que las juzga tan duramente simplemente por su aspecto?