Thursday, July 19, 2007

¿ABUSOS DE PODER?

Por fin ha llegado el calor, ya casi pasado julio, y a la alteración del termómetro le sigue la de los ánimos. Es cierto, aquellos sociólogos que se interesan por las cosas curiosas de nuestro comportamiento, al alimón con sus amigos antopólogos, nos dicen que por ejemplo la líbido al ser humano le sube al cerebro en una medida directamente propocional a la velocidad del mercurio -ya presto a desaparecer de los medidores de temperatura, por cierto-, y que igualmente lo hacen la agresividad y las ganas de acabar con todo por la vía rápida. Los veranos son prolíficos en catástrofes y males de toda índole.

Un ejemplo de esa alteración estival es lo que viene sucediendo en Ciudad Meridiana (Barcelona), donde los vecinos se han levantado de forma resuelta y con indignación suma en contra de las autoridades competentes. Es un ejemplo minúsculo, pero peligrosamente representativo de lo que pudiera suceder a mayor escala si las cosas siguen en estado de abandono. Se trata de un barrio humilde y populoso de unas 14.000 personas, donde yo calculo que casi un 40% debe ser de origen inmigrante. Sin que esto signifique adjudicar jamás culpas a nadie, y mucho menos a cualquier colectivo según su lugar de origen, el vecindario nativo se rebela de forma airada ante la escalada de robos, asaltos, peleas y demás maldades que se han incrementado de forma exorbitante en los últimos tiempos, en un barrio en el que ya no se sienten seguros. La última de las manifestaciones, que pretendía cortar la carretera que va a dar a la Avenida Meridiana, se ha saldado con varios detenidos y dos heridos como consecuencia de la represión policial que se tuvo que llevar a efecto para impedir el corte de la vía pública. Curioso el hecho -o no tanto- de que uno de los detenidos, que fue atendido en un ambulatorio cercano al ser golpeado por la policía, según la prensa de hoy, fue inmediatamente detenido al abandonar el centro de salud por desobediencia a la autoridad. Vaya. A vueltas con el típico delito que suele oponerse por muchos elementos de diferentes cuerpos de seguridad cuando, por la causa que sea, una porra o una bola de goma hace más daño del que debiera. Curioso el hecho de que la represión policial -la entrada del barrio se llenó de camionetas de la policía- sea más eficaz en el caso de una manifestación vecinal, que lo que reclamaba era seguridad al fin y al cabo, que no en el quehacer cotidiano de los delicuentes de toda índole, sean del origen que sean. Si lo que se pretende a toda costa es evitar enfrentamientos de tipo étnico entre diferentes colectivos dentro de una misma comunidad, la administración se deberá de hacer presente mucho antes que no en una manifestación de protesta; más bien deberá hacerlo ágilmente en la raíz misma del problema, que es la seguridad y el bienestar de los barrios con riesgo cierto de conflicto. Me parece bochornosa la lentitud de la reacción administrativa del Ayuntamiento en este caso, y me parece lamentable la actuación de la policía, que tapa un desmán de uno de sus miembros, al herir a un ciudadano, a través del manido y también triste método de denunciar a su vez al herido por un presunto delito de desobediencia a la autoridad.

Pero al pesar del profundo respeto que me causa la extremadamente difícil labor que lleva a cabo nuestra policía diariamente y en circunstancias siempre difíles, aunque aquí no lo parezca, creo sinceramente que eso no me debe desviar de acometer un análisis preciso. Otra muestra de tapar inadecuadamente los desvíos de algunos elementos policiales está en la sentencia de mi malhadado amigo David Suc, de quien os conté hace unos meses que fue arrollado por un furgón policial en un cruce del Eixample barcelonés. La sentencia reconoce acreditado que la policía se saltó un semáforo arrollando al motorista, pero como quizá le deber parecer demasiado culpar de algo a un policía, de forma asombrosa culpa también al fallecido de lo ocurrido -como si el pobre, que ni siquiera pudo ver llegar al furgón, pudiera evitar que alguien se cruce un semáforo en rojo- diciendo que portaba cierto nivel de alcohol en sangre. Y de esto último, sin pruebas de ninguna clase, se deduce que no iba en condiciones de conducir. Es de nuevo muy triste que un juez dé por acreditado algo que no ha sido objeto de prueba en juicio, como es la capacidad de la víctima de conducir con ese nivel concreto de alcohol en sangre, endosando de esa forma una parte de culpabilidad a la víctima. Desde luego, el compañero de la defensa de David ha hecho bien recurriendo la sentencia, porque como ya viene sosteniéndose desde antiguo por la jurisprudencia del Tribunal Supremo, es necesario acreditar objetivamente -y no deducir- que un determinado nivel de alcohol es suficiente o no para concluir de forma automática una incapacidad para la conducción. Y eso no ha sido objeto de prueba en este procedimiento por ninguna parte. Pero además, la inoportunidad e incorreción de la sentencia es especialmente lacerante cuando hay una víctima mortal de por medio, y cuando queda palmariamente establecido que la causa primera y única del accidente fue la incorrección temeraria de la policía al cruzar un semáforo en rojo sin la diligencia debida. Es terrible comprobar que un juez dice que había una causa justificada en el actuar de la policía en este caso, puesto que había de por medio un "motivo de urgencia". ¿Recordáis dónde iba ese furgón policial, tan veloz y "urgentemente"? Así es, a reprimir una manifestación vecinal en la Vall d'Hebró (Barcelona) que pretendía cortar una arteria vial. Parece que con todo esto, una vez más, alguien ha protegido un interés más que otro.

¿Qué es lo que pasa con el despiste ya crónico del Ayuntamiento de Barcelona, más preocupado por la imagen internacional de la ciudad que no de sus ciudadanos, que son a fin de cuentas llos que hacen de ella una ciudad de veras grande y hermosa? ¿Y qué pasa últimamente con la policía -y algunos jueces- en Barcelona? ¿Estamos pagando acaso un trapaso de competencias demasiado acelerado en un aspecto especialmente sensible? Y si es así, ¿de quién es entonces la culpa?