Saturday, October 23, 2010

CHINA HOY, I.






Hong Kong, 18 de octubre de 2010.

Dicho sea con la debida modestia, me considero una persona razonablemente informada. Me interesa la economía tanto - yo diría que ahora mismo mucho más- que la política. Procuro seguir los avatares financieros en cuanto son capaces de explicar la historia con mayor lógica que las razones del poder. Es el signo de los tiempos, la revolución tecnológica y la economía mueven desde siempre los hilos del planeta. Y sigo con especial atención todo lo que tiene que ver, desde ya hace algunos años, con el crecimiento económico sostenido de China. Pero una vez más, lo del 10% anual, y en general todo lo que tiene que ver con sus espectaculares números no logra explicar ni de lejos lo que aquí de veras está pasando. Por supuesto, nada mejor que un buen baño de pura realidad para conectar con la verdadera dimensión de los hechos.

Me encuentro ahora mismo con mi amigo Fran en Guangzhou –Cantón, en castellano- por razones profesionales. En los dos primeros días, con el jet lag metido hasta los huesos, hemos estado visitando factorías que nos interesaban profesionalmente. La primera de esas dos jornadas nos dirigimos a Haizou (7 millones de habitantes) en coche, a una hora y cuarto de nuestro hotel, situado en un barrio popular del centro de Cantón. El coche nos recogió más allá de las nueve de la mañana, casi una hora más tarde de lo que estaba previsto. Enseguida tomó una de las grandes avenidas del centro para salir de la ciudad. En ese trayecto de más de media hora larga, con tráfico muy fluido, atravesamos con rapidez el inmenso distrito financiero de Guangzhou, una retahíla de colosos de acero, vidrio y hormigón cuyo poderío y diseño avanzado en nada tienen que envidiar a los del Downtown de Manhattan. Muy al contrario.

Y debo decir que estoy simplemente impresionado. Dos términos caben utilizar para lo que está sucediendo en la China actual a la vista de lo que se muestra ante mis ojos: gigantesco y dinámico. Todo es enorme y veloz en una medida que nos es difícil digerir como europeos –ahora en los vagones de cola-. La China del 2010 nada tiene que ver con los estereotipos que la era de Mao fue dejando en nuestras adormiladas mentes. China quiere ser, y lo es ya de hecho, la locomotora, el centro de decisión y la nación más grande del planeta en todos los sentidos, y por fin se ha decidido a escribir la historia en primera persona.

Tengo la fundada impresión de que muy pocos entre nosotros podría hablar con relativa exactitud de una ciudad como Guangzhou (Cantón), en el sur este de China, cercana a Hong Kong. Pues bien, a título de inventario esta es una enorme metrópoli de 14 millones de almas en plena ebullición. Una de esas más de veinte de ciudades chinas que pasan de los ocho o diez millones de personas y cuyo PIB superaría con creces la de muchos pequeños países y regiones de Europa. Aquí se respira, creedme, modernidad y optimismo por los cuatro costados. Sus calles se atestan a las seis de la mañana y no paran de moverse hasta altas horas de la noche. Su población es mayoritariamente joven y a mi juicio el carácter de la gente es enormemente alegre y dinámico. Las mujeres son todas muy femeninas y atrevidas a la hora de vestir –quizá el calor tenga que ver con ello-, las jóvenes especialmente, ataviadas con ropas de tendencia vanguardista y muy actual, yo diría que con mayor énfasis todavía que en nuestras urbes occidentales. Los hombres son desde luego menos brillantes y poco finos en sus modales, pero, en términos generales, los encuentro pacíficos y amistosos.

Los habitantes de Cantón disfrutan enormemente del fenómeno urbano, de pertenecer a una gran urbe que ofrece grandes posibilidades en cualquiera de los sentidos, en su ocio y restauración, en sus finanzas y negocios, en sus actividades metropolitanas, en sus conexiones con el exterior, en su pertenencia a la vanguardia de una nación en pleno e imparable auge. Y puedo añadir que, desde luego, la enormidad de esta gran ciudad recoge problemas inherentes a las grandes conurbaciones en plena expansión (polución, masificación en servicios,…), pero no es algo que los cantoneses no parezcan dispuestos a superar con providencial estoicismo, lo hacen y con excelente nota. A una atestada y casi típica escena de entrada en los vagones de metro, los cantoneses no responden con quejas en voz baja y caras de fastidio, sino con sonrisas y caras divertidas, sobre todo cuando observan los abrumados rostros de los visitantes extranjeros.

Guangzhou es una ciudad que desprende fuerza y contraste por doquier. Sus infraestructuras son recientes y de primera línea, preparadas para cualquier evento por gigantesco que sea. Su feria de comercio internacional es doblemente grande a cualquiera de las que se puedan presentar en Europa, no en vano deben albergar sólo con visitantes nacionales lo que representaría un mercado cuatro o cinco veces superior al europeo entero, Rusia incluida. Las empresas chinas de tamaño medio pueden fácilmente albergar a decenas de miles de trabajadores y con ese enorme potencial se presentan en las ferias chinas con la intención primigenia de asegurar primero una cuota de mercado chino. Mientras, van trabajando silenciosamente llenando el mercado mundial de sus productos, sin estridencias, sin prisa pero sin pausas. Comienzan primero con productos de fabricación menos compleja, pero son capaces ya de fabricar maquinaria pesada de la más avanzada tecnología con unos estándares de calidad realmente considerables.

Mientras la industrialización de la geografía china es un hecho de consecuencias históricas imprevisibles, su población vive el tránsito a la economía de mercado de una forma mucho más tranquila que lo que desde occidente se pudiera asegurar a la luz de los múltiples informes de las diferentes organizaciones internacionales y de los observatorios de derechos humanos, que aseguran que el nivel de respeto a los mismos deja mucho que desear. Personalmente no he percibido en la población china, en el tiempo que he estado aquí, ningún especial agobio por la situación política del país. Yo diría incluso, que entre ellos hay un nivel de aceptación de la situación muy considerable, y que la mayoría de la población china intuye las consecuencias que podría acarrear un crecimiento económico fuera de un control. Los problemas, es muy cierto, existen en este terreno, pero no en la dimensión que desde occidente se anuncia con regularidad. Ahora mismo, la conciencia social pasa por concentrarse en el trabajo y en vivir la vida social y el escaso tiempo de ocio de la mejor manera posible. Y desde luego, estoy en condiciones de asegurar que la propaganda política que pueda enviar el gobierno chino a su población, ni tiene las dimensiones que se alcanzó en los regímenes comunistas de la década de los ochenta ni tampoco guarda una eficacia que pueda sentir asfixiada a la población. Digamos, para entendernos, que el poder y el ciudadano se toleran. He podido observarlos en diversas anécdotas que denotan cierta actitud de menosprecio, cuando menos indiferencia, a la autoridad.

Y es que aunque, aunque parezca mentira, los chinos no aceptan cualquier tipo de normas por mucho que parezca lo contrario. Prueba de ello es las señales de tráfico, rara vez se respeta alguna que no sea el color rojo del semáforo, y lo increíble del caso es la baja siniestralidad que exite en comparación con los descontrolados dígitos que seguimos mostrando en Europa. A pesar de todo, debe quedar claro, no obstante, que al día de hoy no existe ni completa libertad de expresión ni existen elecciones libres y democráticas en el territorio chino. Pero insisto, la atención a la política no parece ser una cuestión prioritaria para ellos. Y yo me pregunto, ¿acaso es una cuestión que interese aquí hoy en día?