Tuesday, August 12, 2008

PUTIN: SE VEÍA VENIR.

Hace casi veinte años tuve la oportunidad de visitar Moscú, adonde me escapé desde una estancia en Sofia. Las compañías aéreas de la antigua Europa comunista son las verdaderas precursoras de las actuales líneas de bajo coste, por cuatro duros de la época podías recorrer todo lo largo y ancho del telón de acero, y yo, a poco que tuviera días libres trabajando por la región, me escapaba raudo a descubrir rincones poco conocidos -para mí desconocidos- entonces. Eso sí, debías justificar muy bien, al llegar a cualquier frontera, toda visita, el motivo, tus destinos, tus datos, tu alojamiento, a quién y por qué ibas a ver, etcétera. Lo primero que pude comprobar en aquellos viajes por la Europa socialista es que, aparte de la belleza e inmensidad de aquellos territorios, todos los tópicos que circulaban entonces sobre el hermetismo y la falta de libertades del sistema, eran completamente ciertos y en algunos casos ciertamente generosos. Y más lo eran de modo especial para un joven veinteañero que llegaba de un país donde la democracia, particularmente joven, se hallaba expandiéndose a pleno pulmón. La depresión económica -lo iré narrando de vez en cuando, país por país- era aplastante, el colapso de los sistemas políticos y económicos era ya un hecho cierto, faltando sólo que la chispa incendiaria, la perestroika, llegara de un momento a otro esparciendo sus llamas por toda la región. Las consecuencias del colapso del fallido sistema comunista las vivimos todavía hoy, y de hecho creo personalmente que pasarán al menos dos generaciones para que dichas consecuencias desparezcan casi totalmente.

Cuando Vladimir Putin llegó a la cúspide del poder y supe que había sido miembro destacado del KGB en aquella época de declive soviético, no me cupo ninguna duda jamás de cómo se las gastaría el tipo a poco que se aposentara en el Kremlin. No es que yo sea un acérrimo lector de novelas de espías -un género que no desdeño-, o que tenga una bola de cristal, sino porque en su época fui testigo directo de cómo la gente en Europa del Este temía a sus servicios secretos, una red de espionaje inmensa y eficaz cuya influencia directa y terror alcanzaba los confines del imperio soviético y sus países satélites. Bien es sabido que una brizna de hoja no se movía, no había pequeño e insignificante negocio que se moviese en todo aquel inmenso territorio sin que los servicios secretos conocieran hasta el último detalle. El arriesgarse a contravenir los criterios políticos del sistema era una una grave temeridad, pero si además el servicio secreto catalogaba a alguien como una amenaza a tener en cuenta, las consecuencias eran letales, con absoluta seguridad.

Putin, que comenzó a brillar en esa época y en esa escuela, no deja de ser un nostálgico de aquella ola de temor y represión, de aquellos métodos oscuros de hacer algo muy diferente a lo que nosotros entendemos por verdadera política, que no es otra cosa en realidad que la gestión tranquila de lo que es la res pública. Yo diría que, intereses estratégicos aparte, se ha colocado al mando de Rusia al líder con el perfil político menos indicado para ello. Él no piensa en la política como una forma más o menos dialogada de alcanzar acuerdos en un contexto de intereses contrapuestos, en un juego de mayorías que se entienden y respetan a las minorías, no entiende de convivencia pacífica de formas de pensar diversas, no tiene ni idea, porque no lo ha vivido nunca, de lo que realmente significa democracia, participación ciudadana, estado de derecho o legalidad internacional. Es más, a pesar de sus intentos de disfrazar la realidad con instituciones pseudo-democráticas, que no resultan más que formas poco disimuladas de permanecer en el poder a costa de los que sea, estoy convencido de que son conceptos que desprecia profundamente. Y es que no se puede pedir a un lobo hambriento que se ponga a cuidar ovejas. No se puede pedir a un destacado miembro de un órgano de espionaje y represión, con la leyenda que atesora el KGB nada menos, que impulse y lidere, de un martes a un jueves, un país democrático y moderno. Los actuales mandatarios de Moscú, en realidad, son un serio problema para el avance verdadero de Rusia, a la que no pueden ver progresar si no es en términos imperialistas como los que conducían a la extinta Unión Soviética.

Como consecuencia de esa manera de relacionarse en el plano político de su líder, así se comporta Rusia en el plano internacional. El Kremlin no mira a sus vecinos como países amigos, de historia común en la mayoría de las ocasiones, pequeños países con los que relacionarse de forma bilateral, de igual a igual, colaborando de forma armónica en los terrenos que sean menester, ganándose su estima a través de la relación tranquila y sincera. El Kremlin mira y ha mirado, ahora y siempre, a las ex- repúblicas soviéticas, que son naciones soberanas, como territorios de su absoluta propiedad, y no asume ni asumirá, mientras siga en el poder la generación que ahora manda en Moscú, que ninguno de esos países se mueva en el plano internacional según sus propios criterios. Y tampoco consentirá jamás, por mucho que tengan el derecho internacional a su lado, que ninguna de esas naciones estreche lazos con países occidentales sin su expreso consentimiento. Es una forma patrimonial, imperialista y agresiva de relacionarse con sus vecinos y una forma pacata y estrecha de moverse estratégicamente en el orden internacional. Las razones de la fuerza no son verdaderas razones, no son convincentes y raramente son duraderas. Rusia perdió a sus repúblicas separadas, entre otras causas, porque su relación con ellas estaba basada casi únicamente en la fuerza. Pero siguen sin aprender la lección.

En este último episodio de violencia desatada, el pecado de Georgia ha sido picar ingenuamente en la trampa y en la provocación que le viene urdiendo Moscú, justo desde el mismo día que su presidente anunció que quería estrechar lazos políticos -y militares- con los países occidentales, algo a lo que tiene el todo el derecho del mundo como nación soberana que es. El pecado de su presidente, Saakashvilli, ha sido olvidar y subestimar el cerebro agresivo y represor del Kremlin, al que creían dormido, pero que en realidad está dispuesto a todo, caiga quien caiga, por mantener su influencia en los que considera sus territorios, que desde luego no lo son, y que luchará y eliminará lo que crea preciso por ver aquella zona libre de contaminación política occidental. Aparte de la desproporcionada matanza generada por la voracidad geopolítica rusa, que no ha mirado mucho si había civiles o no en los territorios que bombardeaba, la guerra abierta no deja de ser un muy serio aviso para el resto de países de la zona: si no hacéis lo que Moscú dice, os mandaremos los aviones y los tanques a trabajar a destajo. No es que sea cuestión de inteligencia sobrenatural; viendo la hoja de servicios de quien manda en el Kremlin, todo esto se veía venir..., y veremos hasta dónde va.