Friday, October 27, 2006

La integración de los últimos inmigrantes: ¿un mito?

Hoy hace un año que las calles de los suburbios de París ardían en revueltas callejeras nocturnas que tardaron semanas en ser sofocadas. El estallido de la violencia se propició no más acontecer el fallecimiento por electrocutación de dos chavales de ascendencia magrebí cuando eran perseguidos por la policía. Un año después, las autoridades locales reconocen que aquel polvorín resta latente para volver a incendiarse de un momento a otro. Tras los hechos, sociólogos y columnistas franceses se apresuraron a culpar a la administración pública francesa por no saber escoger caminos fiables que condujeran a la movilidad social de estas nuevas generaciones de inmigrantes. Esta misma semana, en Gran Bretaña, país con una larga tradición de inmigración que promueve la multiculturalidad por encima de todo, todavía colea el asunto de la profesora de preescolar que pretendía, en nombre de su libertad religiosa, dar clase a sus pequeños cubierta con un velo negro. Estos últimos acontecimientos han dado metralla suficiente a sociólogos y analistas americanos de corriente neocon -véase entrevista a John Kotkin, la Vanguardia 27/10/06- para regodearse del triunfo de su esquema político-social, e incluso económico, en el cual según ellos, los problemas de esta índole son ya inapreciables en comparación con lo que ofrece el revuelto panorama europeo.

Ja,ja! que diría un castizo. Me parece de una ceguera soberbia el presentar la ausencia puntual de problemas étnicos o sociales como el triunfo definitivo de un esquema de sociedad. Máxime en el caso americano, un ejemplo complejo como pocos, en el que más allá de la política de gestos, los WASP (white- anglo-saxon- protestants) siguen detentando sin discusión los resortes claves de la política y la economía americanas, allí donde las desigualdades económicas siguen creciendo, según los propios informes que facilita la Casa Blanca, y donde cada vez la minoría rica detenta un mayor porcentaje de la renta nacional, en detrimento de una clase baja cada vez con menos recursos y cada vez más extensa, y de unas clases medias cada vez menos robustas y con menor margen de maniobra. Y todo ello por no citar los disturbios habidos en Los Angeles en abril 1992 -tras la sentencia que exculpaba a unos policías por propinar una soberana paliza que casi lleva a una silla de ruedas de por vida a Rodney King, ciudadano negro, indefenso y culpable de quejarse por un registro injustificado- que todavía son objeto de estudio y análisis, o los disturbios en la misma ciudad del año 65 por las mismas causas, que dieron un pavoroso saldo de 28 muertos. En ambos casos se tuvo que decretar el estado de emergencia, acudiendo la Guardia Nacional a pacificar las calles tras los toques de queda. En ambos casos la intensidad y el saldo de heridos y muertos, arrestados y detenidos hacen palidecer por su brevedad la importancia de las revueltas de las Banlieus. Y es que la historia americana, forjada a base de flujos migratorios de enorme intensidad, ha escrito en la mayoría de sus páginas párrafos de enorme agresividad entre los diversos colectivos étnicos que compartían el territorio. Y no miremos más al pasado, deberíamos recordar al Sr. Kotkin que esta misma semana ha sido aprobada una ley por la cual se construirá una verdadera muralla de 1.200 kilómetros de largo en la frontera de Méjico para tratar de frenar la incontenible oleada de inmigrantes que tratan de cruzar el Río Grande en busca de una vida mejor. Y yo le pregunto, Sr. Kotkin: ¿es la muralla levantada por la administración Bush el símbolo del triunfo del modelo de integración social norteamericano?, ¿o es más bien el remedio útimo y tosco ante la impotencia de no poder solventar un problema de estas magnitudes?

Así es amigos, nos hallamos ante uno de los retos más difíciles de sortear de los que el nuevo milenio nos trae. Y ante ello, en mi opinión, no hay modelo de integración que cuente con una receta milagrosa capaz de solventar el problema enteramente. La responsabilidad no recae sólo en la sociedad de acogida, como de forma permanente se quiere hacernos ver desde un análisis posibilista y harto simplista de las cosas. Es cierto que nos pertoca una gran dosis de responsabilidad por ser quienes detentamos el control del sistema, pero que nadie se lleve a engaño: gran parte de la solución del problema, por no decir en su mayor parte, reside también en la capacidad de absorción y permeabilidad del individuo que llega, que en el caso de la inmigración musulmana - a diferencia de los afroamericanos, que incluso en los peores momentos de su sufrida historia desearon pertenecer completamente al sistema-, con los debidos respetos, es más bien escasa, debido en gran parte a que sus propias elites políticas y religiosas restan capacidad de asunción individual ante lo que consideran son unos valores desviados los que sus congéneres se encuentran en la sociedad de acogida occidental. Y si ya al llegar, lo que se fomenta desde esas elites político-religiosas sobre el individuo es el rechazo frontal y universal al sistema que le recibe, difícilmente podrá hablarse luego de cualquier modelo de integración. Lo más seguro es que el individuo opte por encerrarse en su ámbito étnico más inmediato, sin siquiera preocuparle si sus hijos, una vez aquí, tendrían una mejor vida con otro enfoque de las cosas. Así es, conversando con cualquiera de ellos de forma amistosa reconocerá en su mayoría y sin problemas no hallarse en absoluto interesado en lo que a los occidentales -cristianos o no- pueda concernir, vienen a trabajar y a tener una vida más digna y poco más -con todo el derecho del mundo, por otro lado-, pero sin mixturas de ninguna especie. Así las cosas, ¿cómo quieren sus líderes que remita la atmósfera de renuencia que este tipo de inmigrantes se encuentra cuando se halla en la tesitura de avanzar, progresar o triunfar más allá de su ámbito social más inmediato, en un entorno profesional o de negocios? Está más que demostrado que aquel individuo con mayor capacidad de adaptación al sistema es el que mejor logra colocarse de cara a su promoción individual en dicho sistema, y el que más posibilidades mantiene de disfrutar de una movilidad social intrageneracional e intergeneracional relevante. Individuos así con menos apegos religiosos y culturales con su civilización de origen son los que a la larga tienen más posibilidades de avanzar en su universo de acogida. Es, si me permiten la expresión, una ley natural.

En estos parámetros parece lógico pensar que la solución de los problemas de integración-inmigración, sobre todo con los colectivos de difícil o escasa permeabilidad, comienza ya pues en sus sociedades de origen, en donde los programas internacionales de cooperación al desarrollo tienen una importancia estratégica fundamental. Es evidente que aquel individuo que goza de un nivel de desarrollo humano aceptable difílmente va a adoptar la decisión de abandonar su sociedad nativa. Asimismo, es menester trabajar coordinadamente con los gobiernos de los países emisores en aras de informar sobre las posibilidades reales del acto inmigratorio. Está demostrado que muchos de los que llegan, llevados por sueños televisivos, creen que alcanzarán niveles de bienestar inmediatos e importantes no más llegar a Europa, y bien es sabido que luego no es así. También es menester informar, extensa y pormenorizadamente sobre el territorio, acerca de los peligros -incluso para la propia vida- que conllevan algunas formas de inmigración, por no decir casi todas las que se hallan fuera de los canales regulares.

¿Y qué sucede con los ya instalados entre nosotros? No queda otra: diálogo y más diálogo. Hacer entender al que llega que si quiere disfrutar de un nivel de movilidad social suficiente debe mostrar una actitud social receptiva e integradora que ayude a erosionar los estereotipos que funcionan sobre estos colectivos, lo que es decir, generar a su vez confianza. A los que reciben se les deberá enviar mensajes con contenidos ciertos de cuáles son las verdaderas repercusiones de los flujos migratorios, que además de inconvenientes ciertos, y que tienen que ver con la escasa agilidad de los sitemas para la rápida absorción del contigente de recién llegados, también hay factores muy positivos como son crecimiento económico colectivo garantizado, mayor riqueza cultural y social, y nuevas oportunidades que se abren con formas nuevas de ver las cosas. Tenemos que lograrlo por el bien de todos: convivir en paz.

Friday, October 20, 2006

El espía que llegó del frío.

Permitidme que nuevo pose la mirada en Moscú..., o mejor que lo haga en Lahti, una pequeña ciudad de Finlandia donde hoy se reúnen los jefes de gobierno de la Unión Europea con Putin, presidente ruso, y en donde se discutirá a fondo sobre temas de interés común. Más tarde o más temprano aflorarán dos cuestiones de capital e inquietante importancia: primero la energía, puesto que Rusia aprovisiona cada vez más con mayores cantidades de gas y petróleo a Europa (25% de toda su energía), y segundo, el déficit democrático que el régimen de Putin mantiene en el seno de sus fronteras. Otros asuntos espinosos, como las relaciones de Moscú con Tiflis, con Kiev y con el resto de capitales exsoviéticas, serán tratadas más de soslayo, habida cuenta la prioridad con la que los asuntos anteriores vienen marcados en la agenda europea.

Es más probable que Moscú acentúe hoy su estrategia de intransigencia con respecto a las demandas que le vengan de los socios europeos. No en vano, en la crisis del suministro de gas con Ucrania del invierno pasado -que luego afectó a casi todo el continente-, lo que quedó meridianamente claro es que Europa se ha dejado sorprender de manera harto ingenua con una dependencia absurda y sobrevenida del potencial energético ruso, de tal forma que sus objetivos estratégicos en la región van a quedar claramente debilitados, a mi juicio, por largo tiempo. Es cierto que Rusia puede aún depender mucho de las inversiones europeas si quiere continuar en la breve senda de desarrollo que parecía haber iniciado, pero no es menos cierto que todo esto para Putin no resulta nada más que una preocupación muy secundaria que no le va a arredrar en tomar decisiones drásticas, llegado el caso. El concepto, si se me permite la expresión, utilitarista-minimalista que Putin mantiene de la democracia le permite incluso postergar en gran parte necesidades económicas estratégicas de primer orden, que serían priotarias para cualquier otra administración occidental -incluso necesidades básicas para la población-, con tal de no ver retroceder ni un ápice la influencia y/o el poder que cree tener derecho a detentar como potencia regional.

Europa se ha equivocado gravemente al subestimar la Rusia de Putin, como lo demuestra el hecho de que sus empresas petroleras de bandera hayan sido capaces de firmar alianzas con gasísticas argelinas, circunstancia que agrava aún más la creciente dependencia europea del poder energético del Kremlin, incluso extendiéndola en términos geográficos -el gas de España proviene, como es bien sabido, de pozos argelinos-. Y seguirá equivocándose gravemente si cree que puede seguir por mucho más tiempo actuando de forma fragmentada en su política exterior e interior, y no reaccionando de forma unívoca, tanto en el plano geoestrátegico exterior como en plano estructural interior -en el sector energético, en el económico,...-. De esta forma, no sólo ya Europa, todo occidente va perdiendo en realidad gran parte de su influencia dejando que Rusia controle omnímodamente la política regional desde la fuerza que le concede su inagotable emporio energético, lo cual, si se suma a la imparable y progresiva solidez que va adquiriendo el crecimiento económico chino, nos da como resultante la dirección que está tomando definitivamente el orden internacional de las próximas décadas. Un orden internacional en el que los europeos no estamos llamados a contar apenas nada, si nuestra elites respectivas no acaban de darse cuenta de la extrema importancia que sus decisiones en el ámbito de la política exterior europea van a tener a partir de ahora y en los próximos dos o tres años.

Para Europa se están acabando los tiempos de seguir con más ensayos y titubeos, y cada vez más apremian las decisiones firmes, decididas y sabias de robustecer las políticas comunes, y las no comunes, acabándolas de comunitarizar. Ha llegado el momento de coger al toro por los cuernos y comenzar, por parte de las elites máximas, a liderar las reformas internas necesarias que den como resultado la culminación de Europa como bloque único, firme y consolidado, capaz de ser definitvamente oído como una sola voz en el concierto internacional. El momento, insisto, ha llegado. Y hasta tal punto lo afirmo, que a no mucho tardar -hablamos en términos de años- veremos incluso a una administración norteamericana fomentando, por interés propio, la culminación de esa Europa unida por la que tanto tiempo venimos todos trabajando.

Por su parte Putin, y lo digo con el máximo respeto, también se equivoca gravemente. Su inveterada manía de gobernar una nación tan grande como si se tratara de un cuartel, el tratar de hacer valer las razones de la fuerza para una "democracia" tan extensa y heterogénea no le va a dar resultado por largo tiempo, en términos de eficacia. Rusia es una nación cansada como pocas de tanto autoristarismo estéril, y más tarde o más temprano lo volveremos a notar en forma de movimientos sociales de honda repercusión. Pero es que además, gobernar de esta forma, relacionarse con el resto de la comunidad internacional de esta manera, sólo le va a llevar a construir un país más inseguro, más oscuro, más socialmente fragmentado, más aislado, menos desarrollado, en una palabra, menos competitivo, con lo que apenas podrá mantenerse influyente en la sociedad internacional, sino es a base de demostraciones de fuerza como las que el año pasado vivimos con el caso de Ucrania. No parece que le sirva de mucho tener tan cerca el ejemplo chino para darse de cuenta de cómo se lleva a cabo un crecimiento mínimamente eficaz: si por lo menos no se le ofrece a la población un desarrollo en términos democráticos -que debería ser lo obligado-, al menos deberá hacerse en términos económicos, de tal forma que esa población entienda que su sacrificio personal en el ámbito de los derechos fundamentales y las libertades básicas recompensa con una distribución creciente en términos de renta. Pero no, Putin no parece que esté por la labor, ni mucho menos. Sigue fiel a la anacrónica guía que le ha garantizado su supervivencia hasta la fecha: ser más duro y más fuerte que el vecino. Como digo, qué equivocado va.

¿Aprenderá alguna de las partes en Lahti a reconocer los senderos más cómodos y seguros que el futuro depara?Es cierto, yo también lo dudo.

Wednesday, October 11, 2006

TRIÁNGULO PERICOLOSO: Los derechos humanos en recesión.

No deja de llamar poderosamente la atención el hecho de que una noticia que en culaquier otro momento hubiera sido objeto de atención global, como es la propuesta del Consejo de Seguridad de NU para el nombramiento del sur-coreano Ban-Ki Moon como nuevo Secretario General, haya pasado casi totalmente desapercibida en el atropellado foro de la sociedad internacional - ¿mal presagio para el futuro de la organización?-. Y es que tres polos de atención, a cuál de ellos con mayor intensidad, han solapado de manera grave una nominación teóricamente tan importante. A los tres les adjudico una pauta común: el deterioro de los derechos humanos en su respectivo ámbito de influencia.

El primero se sitúa en Corea del Norte, territorio malgobernado por la última dictadura de corte estalinista que queda en el mundo. Los hechos son conocidos, el ensayo de explosión nuclear ha tensado de forma muy grave las relaciones entre ese malhadado país y el resto de la comunidad internacional. Sólo la determinación china evita que las potencias occidentales, sumadas a Japón y Corea del Sur, emprendan acciones bélicas de cierta envergadura. Pero ni siquiera los chinos parecen dispuestos a permitir que Kim Jong Il prosiga en su huida hacia adelante con una escalada armamentística que pondría en peligro la seguridad de toda la región. No creo que la gloria nuclear le sirva mucho al dictador para distraer la atención de la pobre situación que los derechos humanos atraviesan en su país, un lugar donde además de no disfrutar de ninguna libertad, los ciudadanos apenas pueden satisfacer sus necesidades más básicas. No se va permitir en absoluto que un líder tan poco fiable detente un poder nuclear susceptible de quedar fuera de todo control. Seguriemos atentos, confiemos en los buenos oficios de sus preocupados vecinos para convencer al dictador de que entra en una vía sin retorno.

El segundo polo resulta igual de llamativo y no menos grave, aunque sus repercusiones no sean tan inmediatas. El asesinato de la periodista rusa Anna Politskóvskaya retorna nuestra memoria a los peores tiempos de la guerra fría y pone por fin en titulares a nivel mundial la franca recesión de los derechos humanos en Rusia. Durante el mandato del actual premier ruso han muerto nada menos que doce profesionales de la información, todos ellos críticos con la actual gestión del gobierno ruso. Si bien es demasiado pronto para responsabilizar a nadie de la autoría de este último crimen, el hecho de que la libertad de expresión e información no puedan ejercerse con la seguridad debida -una garantía que sólo compete ofrecer al gobierno de esa nación- pone muy en tela de juicio los avances democráticos en la era de Putin. El líder ruso ha prometido una investigación profunda del suceso y esperaremos también el desarrollo de los acontecimientos. Me temo lo peor. No obstante, el que Rusia despegue definitivamente como potencia económica capaz de garantizar un índice aceptable de desarrollo humano en su territorio dependerá en gran parte, no sólo de la explotación de su riqueza energética o la fuerza de su liderazgo político regional, sino también de su capacidad de construir instituciones fuertes, transparentes y seguras, capaces de asegurar la provisión de bienes y servicios así como una dibustrición equitativa de la renta a una población que por tan largo tiempo ha padecido escaseces de toda índole.

El tercer punto de atención puede extenderse a todo el occidente desarrollado, que coincidiría más o menos con el territorio de los países miembros de la OCDE, y se manifiesta en una regresión, también a mi juicio preocupante, en la amplitud de la libertad de expresión con respecto a lo que dictan las normas de comportamiento de otras religiones, según lo que interpretan a su vez los líderes más radicalizados de estas otras religiones. Como prueba, véase el tono de este mismo párrafo. Considero el respeto como una norma de conducta universal, y a éste hemos de apelar todos para tratar sobre cualquier credo o ética, étnica o geográficamente designada, a cualquier conjunto de valores, en definitiva, que se distinga por un seguimiento colectivo. Sin embargo, no me parece muy de recibo que líderes religiosos o líderes políticos procedentes de países que distan mucho de conocer la democracia y sus formas de igualdad, también por razón de sexo, sean quienes hayan de categorizar sobre lo que debe decirse o no, ni siquiera sobre su misma religión. Para empezar a hablar de respeto como norma de conducta universal, para acusar de irrepestuosos a los demás, merece toda credibilidad sólo aquél que lo practica política y socialmente con sus conciudadanos, sean del género que sean, no aquellos líderes políticos o religiosos que no invitan precisamente a practicar formas democráticas e igualitarias de conducta. Asimismo, lamento decir que tampoco pueden merecerme mucha credibilidad quienes defienden una igualdad sólo parcial en países de occidente, pero que no claman por esas libertades en sus países de origen donde sus compatriotas sufren todavía los rigores de las dictaduras. El primer respeto se lo debemos siempre a nuestros iguales. Esto no me parece buscar la igualdad, me parece una cosa muy distinta.

Llamadme iluso, pero yo no pierdo la esperanza y confío en que alguna vez haya una sola democracia, una sola igualdad, y un solo respeto a los valores universales de justicia e igualdad.

Friday, October 06, 2006

De la intolerancia rampante y otros pecados no menores.

Pocas veces descenderé al terreno de la política nacional, toda vez que entiendo que en los tiempos que corren, y ya desde hace mucho tiempo, se ve atravesada de una aire cainita e intolerante como pocas veces en la historia constitucional de España ha sucedido. Y no me gusta. Me repele, sin ir más allá, el tufo a revelación suprema que se desprende de algunos significados representantes del conservadurismo español, me causa profunda repulsión el desprecio a la verdad desnuda que se hace desde personalidades concretas de ese partido, ahora en la oposición, con el sólo objetivo de retornar al poder, al precio que sea; el ataque permanente que se hace a las instituciones desde un comité ejecutivo fracasado, con nombres y apellidos, no busca otra cosa que justificar una derrota electoral que sólo se debió a su incompetencia y a su arrogancia, cuando en realidad tenían todos los ases para seguir gobernando por tiempo todavía prolongado. Y de esa derrota quieren culpar a los demás, criminalizar a todos aquellos que no ven, porque es imposible que así lo vean, las cosas como ellos. Qué calamidad de gestores conduce ese partido, amigos, ¡ y pensar que todavía ven en esa soledad la confirmación de sus tesis, erradas y autoritarias!

He estado unos días en Madrid por negocios personales. Me gusta Madrid, siempre me gustó y no en vano parte de mis orígenes se hallan en la capital del estado. Me he encontrado con una capital tan bella y dinámica como de costumbre, enfrascada como siempre en el desarrollo de sus obras públicas e infraestructuras, con un cielo en sus afueras que prosigue muy cubierto aún de grúas. La construcción sigue siendo allí la actividad motora, en una expansión que mi juicio no parece contar con un modelo de crecimiento muy ordenado. El tiempo lo dirá, pero yo ahora veo que allí los problemas de movilidad se tratan de paliar a través de más infraestructuras, que a su vez generan no más que una mayor movilidad, metiéndose así en un laberinto de salida muy complicada. He pasado, a pesar de los quehaceres que me llevaron, unos días muy gratos. No obstante, me ha preocupado escuchar, de personas cercanas, el ambiente harto polarizado que se vive en la mayor parte de centros de trabajo y otros lugares de socialización alternativa. Dicen que es difícil abstraerse de ese clima de tensión política tan absurdo que trata de imprimirse sobre todo desde la militancia conservadora y desde sus medios de comunicación afines. No dejan pasar la oportunidad, dicen, de presionar a todo aquel no-correligionario con soflamas a veces muy incómodas sobre los avances -para ellos retrocesos- del gobierno socialista y del estado en general, según ellos al borde de un abismo insalvable (¡?). Tratan de llevar la crispación, algo abstrusa ya, que se vive en el Congreso hasta los más sencillos rincones, de tal modo que el clima irrespirable en la ciudadanía acabe por erosionar al gobierno de forma definitiva.

Espero que cuando las elecciones generales vengan, y después de una campaña que será para recordar desgraciadamente, el horrísono quejido de la protesta sin fundamento cese definitivamente. Ah, y que si lo tienen a bien, y se detienen a pensar un poco sobre todo ello, despidan ya a los calamitosos gestores de su partido y su grupo parlamentario, giren ya su estrategia hacia el centro y moderen su tono para hacer de esa, una derecha centrada tan necesaria como poco presente en este país. Los demás no tenemos la culpa de sus fracasos. Ellos solos se metieron en berenjenales que no les convenían y ellos solos deben ser capaces de mirar hacia adentro, reflexionar, hacer limpieza y seguir adelante con un proyecto renovado, moderado e integrador de veras. Olviden por favor, campañas de boicot, exclusión, condenas hacia partes de nuestro estado o grupos o minorías. Traten de hacer política en positivo y no en negativo, seguro que los logros serán mayormente alzanzables.