Antes de que en la próxima entrega os obsequie con una gran sorpresa -de los comentarios dependerá su duración- quería despedir esta larga serie de comentarios políticos, jurídicos, sociales y económicos, que mantendré, pero que pasarán a ser algo más esporádicos, recordando dos eventos importantes para todos desde cualquier punto de vista.
El primero, el trigésimo aniversario de la Constitución española. No deja de ser curioso, se trata de un texto cuya implantación ha significado el período más glorioso y fecundo para el estado español a lo largo de su prolongada historia, y sin embargo, pocos textos jurídicos han sido tan duramente cuestionados como lo es el de la "Consti". Desde todos los lados del arco parlamentario se trata de forzar y estirar, cuando no de recortar o de transformar, el significado de su articulado. En mi opinión lo que resulta más inquietante es el ataque organizado que se ejecuta desde predios conservadores al título VIII, el de las autonomías, -De la organización territorial del Estado- al claro objeto, ya sin disimulos, de cercenar o desactivar la capacidad gubernativa de los entes autonómicos y de volver, en un alarde de nostalgia, a un estado centralista que ya vivimos y padecimos, y que en mi opinión sólo se destacó por sus desigualdades territoriales, por su hermetismo hacia el exterior y su escasa capacidad de progreso político, económico y social. El actual estado de las autonomías no es el mejor de los mundos, también es evidente. Es un proyecto inacabado que requiere de ajustes y de mejoras, sin duda, que necesita remover vicios adquiridos de políticos oportunistas y amantes del tacticismo cortoplacista, que ha de buscar una mayor coordinación de las administraciones surgidas en este proceso autonómico a la hora de proveer servicios públicos igualitarios a todos los ciudadanos; pero lo que es muy difícilmente cuestionable es que dicho modelo, realizadas las correspondientes mejoras, es el ropaje organizativo que mejor le sienta a un Estado caracterizado por su heterogeneidad congénita, un sistema que ha reducido hasta la categoría de anécdota la desigualdad territorial y que ha acercado a los administrados, mejorando notablemente su eficacia, los servicios públicos de primera necesidad. Presentar el estado de las autonomías como un descomunal error de los políticos constituyentes no deja de ser un comentario interesado por parte de esos sectores señalados , dirigido al deseo, ya inútil, de sustituir dicha forma de gobierno por formas más centralizadoras y autoritarias. En suma, una vuelta al pasado.
Otro asunto muy íntimamente relacionado con lo anterior, la verdad, algo triste, es la voluntad decidida por parte de esos sectores muy concretos del conservadurismo más militante y devoto de difamar gratuita y dolorosamente a territorios concretos en los que el castellano , comparte oficialidad linguística( no se olvide este dato) con las lenguas propias de dichos lugares (artículo 3.2 y 3.3 de la Constitución). Asegurar que el castellano es perseguido en Cataluña, por ejemplo, es una maldad que es falsa de toda falsedad. El problema concreto y cierto de algunos individuos (muchas veces relacionados con partidos políticos concretos) no puede ser el problema de un Estado. Muchos son los problemas que aquejan a los ciudadanos individuales, o a colectivos enteros, de muy diversa índole (esperas sanitarias, transportes públicos, vivienda,...) , y pocas veces nadie (ningún político o medio de comunicación) corre al socorro de ellos asegurando que el mismo Estado, nada menos, corre peligro de desintegración. Se trata de otra manipulación interesada y nostálgica. La convivencia lingüística del castellano y del catalán es realmente fructífera, pacífica y sobre todo, lo suficientemente antigua (nacida mucho antes de que buena parte de la actual generación de políticos se pusiera a revolver con mala fe todos estos asuntos) como para que nadie deba poner en cuestión el modelo lingüístico que la ciudadanía residente en Cataluña, sea cual sea su origen, ejerce con exquisita eficacia y amor por la convivencia. Digamos de paso, que el modelo lingüístico fue unánimemente acordado en el Parlament de Catalunya por todos los partidos políticos sin excepción. La difamación sobre determinados territorios a través de medios de comunicación de ámbito estatal es un nuevo -o no tanto- ejercicio de autoritarismo político, lejos del verdadero periodismo y del deber de información, que se realiza de forma interesada por sectores económicos y políticos muy concretos en favor de intereses económicos o políticos de otros territorios u otras ideas políticas. Se defiende pues, un modelo para-político que favorece la desigualdad territorial y busca, mirando al pasado, socavar la eficacia y la legitimidad del actual Estado de Derecho. Un modelo, en suma, que en el fondo rechaza la implantación de la Constitución misma, y desde luego, cualquier reforma que suponga un mínimo avance. Allá ellos.
La otra efemérides no es menos importante que la anterior, con la que guarda una relación directa. Se trata del sexagésimo aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos aprobada y proclamada por la Asamblea General de Naciones Unidas. el 10 de diciembre de 1948 en Nueva York (¿dónde, si no?). Dicha declaración debería ser, en el orden internacional, lo que nuestra Constitución representa en el orden interno. Ya se sabe que todo lo que tiene que ver con Naciones Unidas es inmediatamente criticado por su falta de coerción y por su escaso seguimiento entre los países miembros de la organización. Pero que nadie se confunda, los derechos humanos dan pasos pequeños y silenciosos, pero nunca se detienen y sus consecuencias son de alcance universal. Representan, en mi opinión, la verdadera revolución del siglo XX, una revolución pacífica de mayor importancia si cabe que la misma revolución tecnológica. El respeto absoluto del hombre por sí mismo, sin distinción de raza o de género, es la última frontera política que nos queda por atravesar del todo. Por si alguno queda todavía sin saberlo, el incumplimiento grave del respeto de los derechos humanos puede ya ser perseguido en cualquier lugar de la Tierra y cualquier nivel político, y ejemplos de ello los tenemos en los juicios del Tribunal Penal Internacional a los genocidios en las Guerras Balcánicas y en las matanzas de Rwanda y Burundi. Por supuesto que queda mucho camino por recorrer, y desgraciadamente, la Tierra conoce aún vastos territorios donde impera el hambre, la muerte, la guerra y la desesperación, pero sólo la mirada perseverante y tenaz sobre los objetivos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos será capaz de salvar al ser humano de sí mismo.
Felices fiestas, hasta pronto.
Otro asunto muy íntimamente relacionado con lo anterior, la verdad, algo triste, es la voluntad decidida por parte de esos sectores muy concretos del conservadurismo más militante y devoto de difamar gratuita y dolorosamente a territorios concretos en los que el castellano , comparte oficialidad linguística( no se olvide este dato) con las lenguas propias de dichos lugares (artículo 3.2 y 3.3 de la Constitución). Asegurar que el castellano es perseguido en Cataluña, por ejemplo, es una maldad que es falsa de toda falsedad. El problema concreto y cierto de algunos individuos (muchas veces relacionados con partidos políticos concretos) no puede ser el problema de un Estado. Muchos son los problemas que aquejan a los ciudadanos individuales, o a colectivos enteros, de muy diversa índole (esperas sanitarias, transportes públicos, vivienda,...) , y pocas veces nadie (ningún político o medio de comunicación) corre al socorro de ellos asegurando que el mismo Estado, nada menos, corre peligro de desintegración. Se trata de otra manipulación interesada y nostálgica. La convivencia lingüística del castellano y del catalán es realmente fructífera, pacífica y sobre todo, lo suficientemente antigua (nacida mucho antes de que buena parte de la actual generación de políticos se pusiera a revolver con mala fe todos estos asuntos) como para que nadie deba poner en cuestión el modelo lingüístico que la ciudadanía residente en Cataluña, sea cual sea su origen, ejerce con exquisita eficacia y amor por la convivencia. Digamos de paso, que el modelo lingüístico fue unánimemente acordado en el Parlament de Catalunya por todos los partidos políticos sin excepción. La difamación sobre determinados territorios a través de medios de comunicación de ámbito estatal es un nuevo -o no tanto- ejercicio de autoritarismo político, lejos del verdadero periodismo y del deber de información, que se realiza de forma interesada por sectores económicos y políticos muy concretos en favor de intereses económicos o políticos de otros territorios u otras ideas políticas. Se defiende pues, un modelo para-político que favorece la desigualdad territorial y busca, mirando al pasado, socavar la eficacia y la legitimidad del actual Estado de Derecho. Un modelo, en suma, que en el fondo rechaza la implantación de la Constitución misma, y desde luego, cualquier reforma que suponga un mínimo avance. Allá ellos.
La otra efemérides no es menos importante que la anterior, con la que guarda una relación directa. Se trata del sexagésimo aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos aprobada y proclamada por la Asamblea General de Naciones Unidas. el 10 de diciembre de 1948 en Nueva York (¿dónde, si no?). Dicha declaración debería ser, en el orden internacional, lo que nuestra Constitución representa en el orden interno. Ya se sabe que todo lo que tiene que ver con Naciones Unidas es inmediatamente criticado por su falta de coerción y por su escaso seguimiento entre los países miembros de la organización. Pero que nadie se confunda, los derechos humanos dan pasos pequeños y silenciosos, pero nunca se detienen y sus consecuencias son de alcance universal. Representan, en mi opinión, la verdadera revolución del siglo XX, una revolución pacífica de mayor importancia si cabe que la misma revolución tecnológica. El respeto absoluto del hombre por sí mismo, sin distinción de raza o de género, es la última frontera política que nos queda por atravesar del todo. Por si alguno queda todavía sin saberlo, el incumplimiento grave del respeto de los derechos humanos puede ya ser perseguido en cualquier lugar de la Tierra y cualquier nivel político, y ejemplos de ello los tenemos en los juicios del Tribunal Penal Internacional a los genocidios en las Guerras Balcánicas y en las matanzas de Rwanda y Burundi. Por supuesto que queda mucho camino por recorrer, y desgraciadamente, la Tierra conoce aún vastos territorios donde impera el hambre, la muerte, la guerra y la desesperación, pero sólo la mirada perseverante y tenaz sobre los objetivos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos será capaz de salvar al ser humano de sí mismo.
Felices fiestas, hasta pronto.
No comments:
Post a Comment