Wednesday, November 05, 2008
EL SÍ PUDO, EL SÍ SUPO.
Debo admitir que mi candidata para estas elecciones americanas era Hillary Clinton y no Barack Hussein Obama. Ya lo sabéis de anteriores entregas. Continúo pensando que era una gran candidata tan capaz como su homólogo victorioso, sino más. Y sigo pensando que la última frontera por atravesar en la arena política internacional es que la mujer acceda finalmente al puesto de trabajo más poderoso del mundo. Pero a la vez debo decir que el ganador final a estas elecciones a la Casa Blanca me ha ido convenciendo por su extraordinaria y creciente solidez a medida que se ha ido acercando la fecha de la elección. No tuvo fallos, no mostró fisuras ni siquiera en los peores momentos, cuando se le acusaba de las peores cosas. No se entretuvo en atizar estériles polémicas ajenas a los problemas centrales de la nación ni atacó un supuesto pasado oscuro del candidato opositor. Se concentró en definir las preocupaciones del electorado, perfiló sus necesidades con exactitud y supo insuflarles lo que más necesitaban: la esperanza del cambio. Sus apariciones, sus discursos, sus mensajes, todo fue ejecutado con excepcional profesionalidad en una campaña que quedará para la historia como ejemplar.
Mc Cain no me ha disgustado tampoco, al decir verdad. Ha debido luchar con la insuperable losa de la pésima gestión de la administración Bush en todos los frentes, y de este juicio negro para el presidente saliente no lo librará ni la historia, como él espera. Si bien el mandatario tejano ha debido afrontar retos insólitos por su violencia y crudeza, como el colapso de las Torres Gemelas y del Pentágono, su manera de responder no ha estado nunca a la altura de las circunstancias. Sus relaciones con el exterior han resultado muy deficientes y en el terreno patrio no ha sabido destacar en nada. El bueno y moderado de Mc Cain ha sido, pues, enviado a luchar contra las fieras en las peores circunstancias y ha pagado cara su heroicidad y su ingenuidad. Para enfrentarse a los demócratas en esta ocasión, personalmente hubiera preferido que se hubiera presentado un nuevo candidato neocon, uno de los que de forma tan poco útil han asesorado a su Presidente durante estos largos últimos ocho años y que han hecho gala de tan escasa cintura política. Pero no estuvieron, no se supo nada de ellos, no contestaron, no comparecieron. Mc Cain no acertó al presentar sus armas, no acertó al escoger a sus íntimos colaboradores/as, no escogió un buen momento y se apartó de su proverbial moderación entre las filas republicanas. Para su gloria, para la historia quedará su elegante discurso de despedida, reconoció la brillante campaña de su rival y su victoria sin paliativos, se hizo personalmente responsable de la derrota y llamó al país a la unidad detrás del nuevo líder en un momento histórico, según sus propias palabras. Demostró, en la amarga hora de la derrota, que también hubiera sido un buen presidente con un gran sentido de estado y con gran amor a su nación. Eso deberían imitarlo muchos políticos en nuestro país que tanto aseguran amarlo.
En esta tesitura histórica USA ha sabido, a través de esta elección, alejar varios fantasmas de una sola vez y en tan sólo una jornada: ha limpiado la pésima imagen que su sistema electoral ha ofrecido en las dos ultimas ediciones, ha recobrado gran parte del ansiado soft power que le caracterizó durante décadas y la admiración que había perdido ante la comunidad internacional, ha pasado página a un pasado turbio de problemas raciales en una catarsis nacional sin precedentes, y lo más importante, ha iniciado el camino de la recuperación económica a través del paso más necesario: recobrando la esperanza y el optimismo. Felicidades ciudadanos americanos. Un voto de confianza al Presidente.
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