Uno de los pequeños inconvenientes que tiene el apuntarse a la sana moda de editar un blog es decidirte sobre qué vas a contar. A veces sucede que tienes un tema que realmente te interesa, si bien luego reparas en que fuera de tu mundo particular el asunto no tiene el más mínimo interés; otras veces sin embargo, el tema es objetivamente de interés general, pero lo que ocurre es que a ti te importa un bledo el asunto que la actualidad te propone -he de confesaros que atravieso una temporada de pasotismo vital sin retorno que hasta mí me (des) preocupa-. Esto me ha venido pasando últimamente con frecuencia, y en más de una ocasión ha resultado que a punto de ponerme a escribir un rato, a los pocos segundos lo he dejado de intentar. Como remedio a este dilema insignificante he decidido priorizar aquellos asuntos que más muevan mi conciencia o mi curiosidad, así como, si puedo, sacuda otro poco las vuestras.
Esta mañana temprano, mientras me acercaba a Barcelona en el coche andaba pensando que podría hablar de Sarkozy, personaje al que auguro un futuro turbulento aún sus oropeles actuales -mi candidata a la presidencia francesa era Royal, como bien sabéis-, pero he decidido dejarlo para otra ocasión más propicia; minutos más tarde me ha sucedido otro tanto con Gordon Brown -de horizonte todavía menos halagüeño- y el papel de su gobierno en la reciente visita de Rey Saud a Londres, todo junto un triste espectáculo que seguramente analizaré en ocasiones sucesivas; pero cuando por fin mi mente lograba fijar su pasota atención sobre algo, en este caso una entrevista con un líder sindical agrario, finalmente conseguí determinar el tema sobre mi siguiente y tan espaciado blog.
El hombre exponía con nitidez al entrevistador la situación de los precios en el mercado agrario. Decía que en las últimas diecisiete semanas el precio de coste del porcino había ido cayendo progresivamente sin parar, mientras que para cabreo general de los ganaderos el precio de venta al consumidor se incrementaba de forma proporcional y paulatina. Sin ambages aseguraba que distribuidores -sobre todo- y comerciantes inflaban indecorosamente el precio del cerdo, hinchándose los bolsillos a su costa y, todavía más, a costa de los consumidores. Reclamaba la inspección de los organismos de la competencia ante una próxima subida, vaticinaba el sindicalista con toda la seguridad de un experto, que preveía importante. Denunciaba igualmente la falta de ética de los intermediarios que aprovechaban una coyuntura de incertidumbre en los mercados para llenarse los bolsillos a espuertas y de manera injusta.
Aquel hombre decía verdades como puños. Y yo pensaba, al alimón con el entrevistador que despedía el reportaje con cierto tono de preocupación, lo extremadamente crudo que se puede poner el panorama para muchas familias si los alimentos básicos siguen la senda de la subida sin límites -os recuerdo que un kilo de tomates, de no mucha calidad, ya van a cuatro euros; y traducid eso en pesetas-. Lo comentaba un rato más tarde con mi padre: "las cebollas han subido un 22%", le decía yo. "Para una cebolla que vayas a comerte a la semana...", me contestaba sin compartir mi indignación. Pero es que no son las cebollas; son las cebollas, es el tomate, la ternera, el cerdo, el pan, la leche, las conservas..., sin dejar de lado las hipotecas, claro. El presidente del Banco Central Europeo ya se ha adelantado a decir esta mañana que seguirán muy atentos a los movimientos inflacionistas, lo cual y conociendo el paño como lo conocemos quiere decir que, sin lugar a dudas, antes de navidad los intereses retornan al camino del incremento sostenido. Un informe de coyuntura económica, por otro lado, elaborado por la Asociación de Economistas Forenses señalaba que los procesos de quiebras familiares ya se han triplicado en lo que va de año con respecto al año anterior. Y aquí no reacciona nadie.
Lo diré una vez más, y las que hagan falta: revienta pensar que las cosas que de veras preocupan al ciudadano: el transporte diario -en Cataluña, principalmente, porque en otros lugares lo tienen todo a pedir boca, qué suerte la vuestra, compatriotas, con lo iguales qué somos todos según dicen algunos-, la alimentación, la hipoteca, la educación -dejada de la mano de Dios, nunca mejor de dicho-,... todas esas cosas que sabéis y otras que nos olvidamos, siguen sin merecer la atención verdadera de los políticos, ni siquiera ahora que estamos a tan sólo cuatro o cinco meses de las elecciones generales. Yo a veces me pregunto si llegaremos nunca a conocer a un equipo de gente realmente competente y comprometida socialmente que quiera solucionar, o intentarlo al menos, la vida cotidiana de la gente.
Esta mañana temprano, mientras me acercaba a Barcelona en el coche andaba pensando que podría hablar de Sarkozy, personaje al que auguro un futuro turbulento aún sus oropeles actuales -mi candidata a la presidencia francesa era Royal, como bien sabéis-, pero he decidido dejarlo para otra ocasión más propicia; minutos más tarde me ha sucedido otro tanto con Gordon Brown -de horizonte todavía menos halagüeño- y el papel de su gobierno en la reciente visita de Rey Saud a Londres, todo junto un triste espectáculo que seguramente analizaré en ocasiones sucesivas; pero cuando por fin mi mente lograba fijar su pasota atención sobre algo, en este caso una entrevista con un líder sindical agrario, finalmente conseguí determinar el tema sobre mi siguiente y tan espaciado blog.
El hombre exponía con nitidez al entrevistador la situación de los precios en el mercado agrario. Decía que en las últimas diecisiete semanas el precio de coste del porcino había ido cayendo progresivamente sin parar, mientras que para cabreo general de los ganaderos el precio de venta al consumidor se incrementaba de forma proporcional y paulatina. Sin ambages aseguraba que distribuidores -sobre todo- y comerciantes inflaban indecorosamente el precio del cerdo, hinchándose los bolsillos a su costa y, todavía más, a costa de los consumidores. Reclamaba la inspección de los organismos de la competencia ante una próxima subida, vaticinaba el sindicalista con toda la seguridad de un experto, que preveía importante. Denunciaba igualmente la falta de ética de los intermediarios que aprovechaban una coyuntura de incertidumbre en los mercados para llenarse los bolsillos a espuertas y de manera injusta.
Aquel hombre decía verdades como puños. Y yo pensaba, al alimón con el entrevistador que despedía el reportaje con cierto tono de preocupación, lo extremadamente crudo que se puede poner el panorama para muchas familias si los alimentos básicos siguen la senda de la subida sin límites -os recuerdo que un kilo de tomates, de no mucha calidad, ya van a cuatro euros; y traducid eso en pesetas-. Lo comentaba un rato más tarde con mi padre: "las cebollas han subido un 22%", le decía yo. "Para una cebolla que vayas a comerte a la semana...", me contestaba sin compartir mi indignación. Pero es que no son las cebollas; son las cebollas, es el tomate, la ternera, el cerdo, el pan, la leche, las conservas..., sin dejar de lado las hipotecas, claro. El presidente del Banco Central Europeo ya se ha adelantado a decir esta mañana que seguirán muy atentos a los movimientos inflacionistas, lo cual y conociendo el paño como lo conocemos quiere decir que, sin lugar a dudas, antes de navidad los intereses retornan al camino del incremento sostenido. Un informe de coyuntura económica, por otro lado, elaborado por la Asociación de Economistas Forenses señalaba que los procesos de quiebras familiares ya se han triplicado en lo que va de año con respecto al año anterior. Y aquí no reacciona nadie.
Lo diré una vez más, y las que hagan falta: revienta pensar que las cosas que de veras preocupan al ciudadano: el transporte diario -en Cataluña, principalmente, porque en otros lugares lo tienen todo a pedir boca, qué suerte la vuestra, compatriotas, con lo iguales qué somos todos según dicen algunos-, la alimentación, la hipoteca, la educación -dejada de la mano de Dios, nunca mejor de dicho-,... todas esas cosas que sabéis y otras que nos olvidamos, siguen sin merecer la atención verdadera de los políticos, ni siquiera ahora que estamos a tan sólo cuatro o cinco meses de las elecciones generales. Yo a veces me pregunto si llegaremos nunca a conocer a un equipo de gente realmente competente y comprometida socialmente que quiera solucionar, o intentarlo al menos, la vida cotidiana de la gente.
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