El Consejo de Europa es una organización internacional con sede en Strasbourg que acoge la membresía de 47 estados europeos, además de Canadá, Méjico y Estados Unidos como países observadores. De esta forma, esta organización, fundada en 1949 -la primera con vocación de unidad panaeuropea-, extiende su ámbito de actuación a más de ochocientos millones de personas, desde las islas Azores hasta la remota península de Kamtchatka. Sus objetivos fudacionales pasan por la consolidación de la democracia, el estado derecho y sobre todo, la salvaguarda de los derechos humanos y las libertades fundamentales en el seno de los estados miembros, los cuales, a través de la ratificación de sus respectivos parlamentos nacionales hacen suyo, cual ley interna, tanto el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos humanos y las Libertades fundamentales (Roma, 4 de noviembre de 1950), así como sus protocolos adicionales -si bien los más recientes, como el importante protocolo 14, quedan pendientes de ser ratificados por algunos estados todavía, especialmente por Rusia-.
Sus órganos principales son la Secretaría General (Mr. Terry Davis), la Asamblea Parlamentaria, El Tribunal de derechos humanos y el Comité de Ministros. Y como órganos "secundarios" podríamos añadir el Comisario de Derechos Humanos, la Conferencia de INGO's y el Congreso de Autoridades Locales y Regionales. Aunque iremos desgranando someramente en entregas sucesivas el funcionamiento de alguno de ellos, hoy quisiera detenerme en la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, formada por 318 representantes (y 318 sustitutos) procedentes de los parlamentos nacionales de cada uno de los estados miembros, una asamblea soberbiamente dirigida, a mi modo de ver, por el parlamentario holandés René Van der Linden. La Asamblea es el órgano legislativo impulsor, junto con el Comité de Ministros y emite tres tipos de documentos: recomendaciones -hacia el Comité de Ministros-, resoluciones -que expresan sus propios puntos de vista- y opiniones. Se reúne en sesión plenaria cuatro veces al año en Strasburgo.
En la semana del 1 al 5 de octubre pasado, tuve la oportunidad de asistir personalmente a varias sesiones plenarias, y lo que yo veía venir francamente como un soberano tostón, se tornó para mí en una mayúscula sorpresa. En esa semana se votaron la renovación de las plazas vacantes de jueces del Tribunal de Derechos Humanos, se adoptaron varias resoluciones sobre temas de puntera actualidad: leyes de inmigración -por cierto, parlamentarios británicos, suecos y rusos pusieron como ejemplo de regularización eficaz y provechosa para la economía la implantada en España por el gobierno Zapatero- la crisis humanitaria en Darfur, la prostitución, la prevención de la drogadicción, el desarrollo económico para el 2007, la regionalización en Europa -interesante informe elevado por el senador socialista catalán LL. Mª. de Puig y aprobado por el Pleno-; y, por último, se recibió la visita de notables personalidades de la política internacional: el Presidente de Serbia, Sr. Kustunica, el Patriarca -ortodoxo- Alexey II de Rusia, el secretario general de la OCDE, Sr. Gurría, una representación parlamentaria de A.P. de Asia, y el Presidente de Turquía, Abdullah Güll.
Y digo que fue para mí una enorme sorpresa porque ese foro, desconocido del todo para aquellos ajenos al estudio de las relaciones internacionales y el derecho, es nada menos que una tribuna de muy riguroso control político internacional sobre la situación de los derechos humanos, casi en cualquier parte del planeta. Vale que sus recomendaciones no sean vinculantes y que su resonancia sea escasa, pero es de absoluta admiración y recomendable asistencia comprobar como en una sesión parlamentaria se interroga abierta, libre y crudamente a primeros mandatarios invitados, sobre cuestiones políticas espinosas que ni siquiera permitirían que fueran formuladas en sus propios parlamentos nacionales. En este sentido, no obstante, de espectacular y triste calificaría la intervención del Presidente Serbio, quien de forma casi indecorosa se permitió el tremendo lujazo de "advertir" a las autoridades presentes y no presentes, de las muy graves consecuencias, incluso para el orden internacional, que dimanarían de una declaración unilateral de independencia de Kosovo, por mucho apoyo internacional que recibiera de ese y de otros foros. No parece que los políticos serbios hayan aprendido, desgraciadamente, ninguna lección en absoluto de las que ofrecieron las guerras balcánicas que tan lamentablemente protagonizaron antecesores en el cargo. Los mandatarios de Serbia prosiguen jugando con el mismo fuego que ya quemaron a otros con anterioridad, y con infinita arrogancia se rebelan al destino de un pueblo al que pisotearon ya su dignidad, el pueblo de Kosovo, que ante esas circunstancias tiene todo el derecho del mundo a reclamar su autodeterminación. Creen los políticos serbios que jugar la carta rusa les hace más fuertes , y olvidan, como olvidan los propios líderes rusos, que ya más de una vez se colapsaron unos y otros, y que las vías de hecho no son argumentos duraderos que hagan amistades en las relaciones internacionales.
Me causó sorpresa contemplar como el primer mandatario turco, que acudía a Strasburg en su primera visita oficial al exterior tras su reciente elección como presidente, se veía obligado a sortear dificultosamente las duras preguntas que le formulaban los parlamentarios europeos acerca del reconocimiento del genocidio armenio, sobre la antigua ya represión del pueblo kurdo, sobre la situación de los derechos humanos en Turquía en general, y sobre la situación de la mujer en particular. Se le notó al presidente turco un mandatario de veras curtido, pero que apenas pudo dar explicaciones certeras sobre las situaciones requeridas, poco más allá de las tradicionales "estamos tratando de progresar...".
Y especialmente lamentable me pareció la visita de los parlamentarios de la Asociación Parlamentaria de Asia, cuyo presidente, un desconocido político iraní, ni siquiera tuvo la cortesía mínima de comparecer a la asamblea a la asamblea de la que era el principal invitado, en una muestra más de los aires opresivos e intolerantes que circulan por la capital persa: Según luego adujo la representación asiática, la incomparecencia del jefe de la delegación se daba como protesta por la postura beligerante de diversos países europeos ante la política de energía nuclear impulsada por Teherán. Lo que empezó como una visita protocolaria, que ganó en principio muchos aplausos del pleno por condenar los invitados la represión militar en Birmania, acabó en un verdadero barullo, con abandonos de escaños incluidos, cuando la desahogada y exótica representación parlamentaria asiática, a una pregunta formulada por un parlamentario sueco, justificó torpemente la extravagante y turbia política de Ahmadineyad de cuestionar la realidad histórica del holocausto nazi. Eso provocó un lógico enfado general en los escaños de todos los europeos, y el propio Presidente de la Asamblea recordó la torpeza de defender semejantes postulados en un foro de entendimiento como aquél, que precisamente nació a raíz de la "miseria y el dolor" que provocó el horror vivido, especialmente, en la II G.M.. El Presidente Van der Linden llegó a negar tajantemente cualquier oportunidad de diálogo y colaboración con la A.P.Asiática, si en el futuro su delegación pretendía continuar en esas ominosas tesis. Pero lo que más asombro me causó es ver cómo aquellos parlamentarios asiáticos iban abandonando el Palacio de Europa, sede principal del Consejo de Europa, ya en el exterior, de manera relajada y muy sonriente, como quien acababa de realizar una actuación provechosa y divertida. Al verles de esa guisa, llegué a dudar de que fueran realmente conscientes del verdadero alcance que supone mantener tesis como las que acaban de abrigar minutos antes, y me entristeció comprobar en qué manos han de verse algunos malhadados pueblos de esta tierra.
Sus órganos principales son la Secretaría General (Mr. Terry Davis), la Asamblea Parlamentaria, El Tribunal de derechos humanos y el Comité de Ministros. Y como órganos "secundarios" podríamos añadir el Comisario de Derechos Humanos, la Conferencia de INGO's y el Congreso de Autoridades Locales y Regionales. Aunque iremos desgranando someramente en entregas sucesivas el funcionamiento de alguno de ellos, hoy quisiera detenerme en la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, formada por 318 representantes (y 318 sustitutos) procedentes de los parlamentos nacionales de cada uno de los estados miembros, una asamblea soberbiamente dirigida, a mi modo de ver, por el parlamentario holandés René Van der Linden. La Asamblea es el órgano legislativo impulsor, junto con el Comité de Ministros y emite tres tipos de documentos: recomendaciones -hacia el Comité de Ministros-, resoluciones -que expresan sus propios puntos de vista- y opiniones. Se reúne en sesión plenaria cuatro veces al año en Strasburgo.
En la semana del 1 al 5 de octubre pasado, tuve la oportunidad de asistir personalmente a varias sesiones plenarias, y lo que yo veía venir francamente como un soberano tostón, se tornó para mí en una mayúscula sorpresa. En esa semana se votaron la renovación de las plazas vacantes de jueces del Tribunal de Derechos Humanos, se adoptaron varias resoluciones sobre temas de puntera actualidad: leyes de inmigración -por cierto, parlamentarios británicos, suecos y rusos pusieron como ejemplo de regularización eficaz y provechosa para la economía la implantada en España por el gobierno Zapatero- la crisis humanitaria en Darfur, la prostitución, la prevención de la drogadicción, el desarrollo económico para el 2007, la regionalización en Europa -interesante informe elevado por el senador socialista catalán LL. Mª. de Puig y aprobado por el Pleno-; y, por último, se recibió la visita de notables personalidades de la política internacional: el Presidente de Serbia, Sr. Kustunica, el Patriarca -ortodoxo- Alexey II de Rusia, el secretario general de la OCDE, Sr. Gurría, una representación parlamentaria de A.P. de Asia, y el Presidente de Turquía, Abdullah Güll.
Y digo que fue para mí una enorme sorpresa porque ese foro, desconocido del todo para aquellos ajenos al estudio de las relaciones internacionales y el derecho, es nada menos que una tribuna de muy riguroso control político internacional sobre la situación de los derechos humanos, casi en cualquier parte del planeta. Vale que sus recomendaciones no sean vinculantes y que su resonancia sea escasa, pero es de absoluta admiración y recomendable asistencia comprobar como en una sesión parlamentaria se interroga abierta, libre y crudamente a primeros mandatarios invitados, sobre cuestiones políticas espinosas que ni siquiera permitirían que fueran formuladas en sus propios parlamentos nacionales. En este sentido, no obstante, de espectacular y triste calificaría la intervención del Presidente Serbio, quien de forma casi indecorosa se permitió el tremendo lujazo de "advertir" a las autoridades presentes y no presentes, de las muy graves consecuencias, incluso para el orden internacional, que dimanarían de una declaración unilateral de independencia de Kosovo, por mucho apoyo internacional que recibiera de ese y de otros foros. No parece que los políticos serbios hayan aprendido, desgraciadamente, ninguna lección en absoluto de las que ofrecieron las guerras balcánicas que tan lamentablemente protagonizaron antecesores en el cargo. Los mandatarios de Serbia prosiguen jugando con el mismo fuego que ya quemaron a otros con anterioridad, y con infinita arrogancia se rebelan al destino de un pueblo al que pisotearon ya su dignidad, el pueblo de Kosovo, que ante esas circunstancias tiene todo el derecho del mundo a reclamar su autodeterminación. Creen los políticos serbios que jugar la carta rusa les hace más fuertes , y olvidan, como olvidan los propios líderes rusos, que ya más de una vez se colapsaron unos y otros, y que las vías de hecho no son argumentos duraderos que hagan amistades en las relaciones internacionales.
Me causó sorpresa contemplar como el primer mandatario turco, que acudía a Strasburg en su primera visita oficial al exterior tras su reciente elección como presidente, se veía obligado a sortear dificultosamente las duras preguntas que le formulaban los parlamentarios europeos acerca del reconocimiento del genocidio armenio, sobre la antigua ya represión del pueblo kurdo, sobre la situación de los derechos humanos en Turquía en general, y sobre la situación de la mujer en particular. Se le notó al presidente turco un mandatario de veras curtido, pero que apenas pudo dar explicaciones certeras sobre las situaciones requeridas, poco más allá de las tradicionales "estamos tratando de progresar...".
Y especialmente lamentable me pareció la visita de los parlamentarios de la Asociación Parlamentaria de Asia, cuyo presidente, un desconocido político iraní, ni siquiera tuvo la cortesía mínima de comparecer a la asamblea a la asamblea de la que era el principal invitado, en una muestra más de los aires opresivos e intolerantes que circulan por la capital persa: Según luego adujo la representación asiática, la incomparecencia del jefe de la delegación se daba como protesta por la postura beligerante de diversos países europeos ante la política de energía nuclear impulsada por Teherán. Lo que empezó como una visita protocolaria, que ganó en principio muchos aplausos del pleno por condenar los invitados la represión militar en Birmania, acabó en un verdadero barullo, con abandonos de escaños incluidos, cuando la desahogada y exótica representación parlamentaria asiática, a una pregunta formulada por un parlamentario sueco, justificó torpemente la extravagante y turbia política de Ahmadineyad de cuestionar la realidad histórica del holocausto nazi. Eso provocó un lógico enfado general en los escaños de todos los europeos, y el propio Presidente de la Asamblea recordó la torpeza de defender semejantes postulados en un foro de entendimiento como aquél, que precisamente nació a raíz de la "miseria y el dolor" que provocó el horror vivido, especialmente, en la II G.M.. El Presidente Van der Linden llegó a negar tajantemente cualquier oportunidad de diálogo y colaboración con la A.P.Asiática, si en el futuro su delegación pretendía continuar en esas ominosas tesis. Pero lo que más asombro me causó es ver cómo aquellos parlamentarios asiáticos iban abandonando el Palacio de Europa, sede principal del Consejo de Europa, ya en el exterior, de manera relajada y muy sonriente, como quien acababa de realizar una actuación provechosa y divertida. Al verles de esa guisa, llegué a dudar de que fueran realmente conscientes del verdadero alcance que supone mantener tesis como las que acaban de abrigar minutos antes, y me entristeció comprobar en qué manos han de verse algunos malhadados pueblos de esta tierra.
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