En cierta ocasión presencié un juicio de los duros. La misma juez parecía abrumada por la envergadura del asunto. Al acusado le pedían setenta años de cárcel, nada menos, por haber presuntamente abusado sexualmente de cinco menores. El día de la vista, el abogado interrogó con paciencia a cada una de las víctimas, ya mayores de edad (cosas de la justicia) con un resultado sorprendente: uno tras otro, todos negaron, tras una una presión mínima en el interrogatorio, los abusos perpetrados. Reconocieron ante el juez que la denuncia respondía a que, siendo menores, se vieron presionados por terceras personas a intentar sobornar al acusado por un poco de dinero. Si estos pequeñajos fueron capaces de tamaña tropelía por unos cuantos billetes, de qué no serán capaces otros teniendo a tiro toda una fortuna.
Michael J. nunca fue partidario de enfrentarse directa y personalmente a las acusaciones, infundios, calumnias y a toda la clase de mentiras y leyendas que durante décadas vertieron sobre su figura. Apenas una escueta nota de prensa, unas pocas palabras en su web sin mucha trascendencia fue todo su bagaje defensivo ante un arsenal de basura sin fin. Nunca ofreció personalmente carnaza porque nunca se movió a gusto ante los micrófonos de periodistas, y para cuando reunió las fuerzas suficientes para colocarse ante una cámara en primer plano para hablar sobre sí mismo en una entrevista, el alud de porquería que sobre él vertieron durante años hacía que cualquier cosa que M.J. contara sobre sí mismo, por nimia que fuese, se pusiera en tela de juicio. La transformación de su imagen tampoco le ayudó. Le tenía completa y profunda aversión a mostrarse tal y como era fuera del escenario. Porque era en escena, sobre la zona de baile, donde se expresaba como nadie, donde sacaba la furia de un tigre, la delicadeza de un poeta, el gusto al riesgo de un acróbata; sí, allí precisamente, en el mismo sitio donde muchos otros lo han intentado pero donde nadie era capaz de seducir y maravillar como sólo él era capaz. Ese fue su error, creer que expresar sobre la escena un amor sin límites al ser humano (Heal the world, Man in the mirror, Black or white, Gone too soon...) era suficiente como para que le creyeran de verdad. El estaba convencido de que cantando y componiendo enviaba claros sus mensajes y que de veras llegaban, pero no era así. Allí arriba, sobre la escena, donde él quería que le escucharan, todos contemplaban su genio abrumador e incontestable, pero en realidad el brillo del genio no dejaba ver el mensaje.
Ni siquiera de cuerpo presente ha tenido el descanso de cualquiera, los más ruines correveidiles y juntaletras británicos corrieron raudos a seguir vertiendo suciedad sobre su cadáver: que si estaba calvo, que si se hallaba inútil y deteriorado... Los forenses han negado las nuevas patrañas y el vídeo de sus últimos ensayos deja claro que Michael seguía en una forma envidiable, depresión aparte... Eso sí, los desmentidos no han evitado que los tabloides ganaran lo suyo a costa de su muerte. Lo que a mí me extraña ciertamente es que Jacko aguantara tanto en esa eterna persecución sobre su persona, yo no creo que la mayoría de nosotros resistiera tanto asedio. Me vais a perdonar que sea tan partidista, pero yo prefiero quedarme con la impresión de la gente que lo conoció de veras, de los íntimos que lo trataron: Quincy Jones, Rod Temperton, Stevie Wonder, Liz Taylor, Babyface, Brooke Shields, su familia, sus hijos, sus músicos y su cuerpo de baile. Todos, sin excepción, le adoraban.
Compré mi primer disco de Michael J. en Dublín, hacia el año 77 o 78. Bueno sí, vale, en realidad era un cassette. Estaba de viaje de estudios. Se trataba de una recopilación de éxitos que Michael había cantado en solitario siendo un niño y luego un adolescente (Rocky Robin, She is out of my life, Ain't no sunshine, One day in your life,...). Creo que nunca más compré otro disco con mayor convicción y con la sensación íntima de llevarme una pequeña joya personal e intransferible. Ya entonces pasmaba el genio de su voz y su tremenda soltura en todas las facetas de la interpretación. Aquel mismo año me grabó mi primo Alberto el Off the World en otra cinta, y a mi mente la pasé tal cual la escuché por vez primera sin dejarme ni un solo acorde. Me pareció enseguida el disco perfecto, insuperable: bailable, con ritmo, elegante, con un sonido inigualable, con unos músicos geniales y unos arreglos excelentes. Hasta que llegó Thriller, y arrasó con todo (ya lo profetizaron años antes, Video killed the radio star...). Casi nada se pudo resistir a tener cerca las melodías del mejor álbum de la historia, no había programa musical, en radio o televisión, que se atreviera a emitir un programa sin acudir a un tema o a un video del rey del pop. El vídeo lo vi por primera vez en una discoteca que ya no existe, el HJ, en Montcada i Reixac (Bcn), y aunque ya en la distancia se mira con otros ojos, yo también fui víctima de aquel gran despliegue de medios que hizo del video musical una nueva categoría de arte más que un recurso promocional.
A finales de abril de este año paseaba con Mari Carmen por Piccadilly Circus, en Londres. En la misma plaza se halla una tienda de recuerdos y objetos turísticos, a cual más estridente. Un cartel a grandes letras sobre la puerta de entrada anunciaba la venta de entradas a los conciertos de Michael por 150 libras esterlinas en los que iban a ser sus últimos conciertos de por vida(debían comenzar precisamente ayer). Realmente tuve que hacer un esfuerzo por contenerme y no adquirir dos entradas para poder revivir aquella noche del 9 de agosto de 1988, en el Camp Nou de Barcelona. Obnubilado por el espectáculo, todavía recuerdo su salida a escena como si fuera ayer; pantalones negros ajustados, mocasines con calcetines blancos, cazadora blanca repleta de remaches, coleta al viento..., comienza el estruendo de la batería, Michael parece estremecerse y suena "I wanna be startin' something"...
Te fuiste muy pronto, Michael. Gone too soon.
Michael J. nunca fue partidario de enfrentarse directa y personalmente a las acusaciones, infundios, calumnias y a toda la clase de mentiras y leyendas que durante décadas vertieron sobre su figura. Apenas una escueta nota de prensa, unas pocas palabras en su web sin mucha trascendencia fue todo su bagaje defensivo ante un arsenal de basura sin fin. Nunca ofreció personalmente carnaza porque nunca se movió a gusto ante los micrófonos de periodistas, y para cuando reunió las fuerzas suficientes para colocarse ante una cámara en primer plano para hablar sobre sí mismo en una entrevista, el alud de porquería que sobre él vertieron durante años hacía que cualquier cosa que M.J. contara sobre sí mismo, por nimia que fuese, se pusiera en tela de juicio. La transformación de su imagen tampoco le ayudó. Le tenía completa y profunda aversión a mostrarse tal y como era fuera del escenario. Porque era en escena, sobre la zona de baile, donde se expresaba como nadie, donde sacaba la furia de un tigre, la delicadeza de un poeta, el gusto al riesgo de un acróbata; sí, allí precisamente, en el mismo sitio donde muchos otros lo han intentado pero donde nadie era capaz de seducir y maravillar como sólo él era capaz. Ese fue su error, creer que expresar sobre la escena un amor sin límites al ser humano (Heal the world, Man in the mirror, Black or white, Gone too soon...) era suficiente como para que le creyeran de verdad. El estaba convencido de que cantando y componiendo enviaba claros sus mensajes y que de veras llegaban, pero no era así. Allí arriba, sobre la escena, donde él quería que le escucharan, todos contemplaban su genio abrumador e incontestable, pero en realidad el brillo del genio no dejaba ver el mensaje.
Ni siquiera de cuerpo presente ha tenido el descanso de cualquiera, los más ruines correveidiles y juntaletras británicos corrieron raudos a seguir vertiendo suciedad sobre su cadáver: que si estaba calvo, que si se hallaba inútil y deteriorado... Los forenses han negado las nuevas patrañas y el vídeo de sus últimos ensayos deja claro que Michael seguía en una forma envidiable, depresión aparte... Eso sí, los desmentidos no han evitado que los tabloides ganaran lo suyo a costa de su muerte. Lo que a mí me extraña ciertamente es que Jacko aguantara tanto en esa eterna persecución sobre su persona, yo no creo que la mayoría de nosotros resistiera tanto asedio. Me vais a perdonar que sea tan partidista, pero yo prefiero quedarme con la impresión de la gente que lo conoció de veras, de los íntimos que lo trataron: Quincy Jones, Rod Temperton, Stevie Wonder, Liz Taylor, Babyface, Brooke Shields, su familia, sus hijos, sus músicos y su cuerpo de baile. Todos, sin excepción, le adoraban.
Compré mi primer disco de Michael J. en Dublín, hacia el año 77 o 78. Bueno sí, vale, en realidad era un cassette. Estaba de viaje de estudios. Se trataba de una recopilación de éxitos que Michael había cantado en solitario siendo un niño y luego un adolescente (Rocky Robin, She is out of my life, Ain't no sunshine, One day in your life,...). Creo que nunca más compré otro disco con mayor convicción y con la sensación íntima de llevarme una pequeña joya personal e intransferible. Ya entonces pasmaba el genio de su voz y su tremenda soltura en todas las facetas de la interpretación. Aquel mismo año me grabó mi primo Alberto el Off the World en otra cinta, y a mi mente la pasé tal cual la escuché por vez primera sin dejarme ni un solo acorde. Me pareció enseguida el disco perfecto, insuperable: bailable, con ritmo, elegante, con un sonido inigualable, con unos músicos geniales y unos arreglos excelentes. Hasta que llegó Thriller, y arrasó con todo (ya lo profetizaron años antes, Video killed the radio star...). Casi nada se pudo resistir a tener cerca las melodías del mejor álbum de la historia, no había programa musical, en radio o televisión, que se atreviera a emitir un programa sin acudir a un tema o a un video del rey del pop. El vídeo lo vi por primera vez en una discoteca que ya no existe, el HJ, en Montcada i Reixac (Bcn), y aunque ya en la distancia se mira con otros ojos, yo también fui víctima de aquel gran despliegue de medios que hizo del video musical una nueva categoría de arte más que un recurso promocional.
A finales de abril de este año paseaba con Mari Carmen por Piccadilly Circus, en Londres. En la misma plaza se halla una tienda de recuerdos y objetos turísticos, a cual más estridente. Un cartel a grandes letras sobre la puerta de entrada anunciaba la venta de entradas a los conciertos de Michael por 150 libras esterlinas en los que iban a ser sus últimos conciertos de por vida(debían comenzar precisamente ayer). Realmente tuve que hacer un esfuerzo por contenerme y no adquirir dos entradas para poder revivir aquella noche del 9 de agosto de 1988, en el Camp Nou de Barcelona. Obnubilado por el espectáculo, todavía recuerdo su salida a escena como si fuera ayer; pantalones negros ajustados, mocasines con calcetines blancos, cazadora blanca repleta de remaches, coleta al viento..., comienza el estruendo de la batería, Michael parece estremecerse y suena "I wanna be startin' something"...
Te fuiste muy pronto, Michael. Gone too soon.
2 comments:
Buen artículo.
Han pasado ya semanas desde que falleció y te prometoque a mí aún me cuesta digerir que sea verdad. Y lo peor es que ni una vez se ha ido, le dejan descansar en paz.
En cuanto su vida, quizás hubiera sido mejor que hubiera tenido un poquito menos de éxito. Tal vez así habría sido un poquito más feliz.
Hasta siempre, niño grande.
La verdad es que pasó sus últimos años de vida entre la mierda que unos y otros le lanzaban.
Ahora se ha demostrado que era inocente de las acusaciones de pederastía y que todo eran invenciones de los padres para sacarle dinero.
¿Y ahora qué? ¿Quién paga ahora las depresiones de Jacko, su aislamiento y la eterna tristeza que lo acompañaba?
Cada vez que ahora oigo una de sus canciones me acuerdo de él, yo siempre creí en su inocencia, nunca me pareció una persona malvada como querían hacernos creer.
Alguien que escribió "We are the world" no puede ser una mala persona y sin embargo se ha marchado pensando que el mundo lo consideraba así.
Descanse en paz.
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