El sábado por la tarde no vi en directo el partido del siglo. Me encontraba viendo un espectáculo de bailes regionales y luego otro de de jazz y hip hop, con mi familia, en la plaza del ayuntamiento de Cerdanyola. Eran las fiestas mayores de la ciudad, el "Roser de Maig". Cuando Sergio, un amigo que también se encontraba con su familia (igual de motivado que yo) viendo el espectáculo de baile, me dijo por primera vez que al poco más de media hora el Barça le metía 1-3 al Real M., creí de veras que me estaba vacilando. Él mismo lo dudó al comprobarlo por segunda vez en su móvil, y volvió a cerciorarse de la misma forma cuando los azulgrana rompían la barrera mítica de los cinco tantos en campo contrario. No dábamos crédito a los datos que ofrecía la telefonía. Más tarde, comprobando el alboroto que se generó en la calle nos miramos con la secreta esperanza de que el golpe de mano de Guardiola en el Bernabeu fuera cierto.
Ese mismo día por la mañana algo en el aire decía que se podía estar gestando una tragedia deportiva. En la SER entrevistaban a Dª. Esperanza Aguirre ("Espe", le llaman popularmente) y tampoco daba crédito a lo que oía cuando la gobernante concectaba en un extraño escorzo dialéctico el levantamiento del 2 de mayo contra los franceses en Madrid y el partido entre los dos grandes. Apelaba a la famosa épica histórica para que se repitiera una gesta del conjunto blanco. Como practicante de este deporte desde bien pequeño ya me parece extraño , aunque pueda comprenderlo, que se conecte política y deporte, pero roza el paroxismo que se liguen historia -bélica- y deporte. Tal y como se la oía hablar a Dª. Esperanza ("voy vestida de morado, el segundo color de mi equipo"), daba la sensación de que todo estaba preparado para una gran fiesta en la que el equipo culé sería la víctima propiciatoria. Luego me enteré por los diarios, que de hecho el ayuntamiento de mi querida Villa y Corte, en previsión de un nuevo asalto de exaltados hinchas, había rodeado el maltratado monumento de la Cibeles de vallas disuasorias.
El exabrupto de Dª. Esperanza (total, uno más) se enmarcaba en unos meses de presión mediática contra los barcelonistas para que cesaran en su intento de atacar el campeonato -como si tuviera dueño en exclusiva- con un supuesto y engañoso buen juego ante otros equipos que, según ese sector de prensa, no se empleaban a fondo contra los blaugranas. Según esos mismos miopes, los árbitros eran muy proclives a favorecer a los barcelonistas (serán campeones por decreto, decían algunos). Se atrevían incluso a señalar una presunta cofradía de oscuros directivos que habían urdido un complot nacional para perjudicar a los merengues ("villarato", decían). Apelaban, para colmo de su ceguera, a la presunta endeblez mental de sus rivales (canguelo, cagódromo,...) que seguro finalizaría con una sonada derrota en la capital. Todo esto venía de periodistas profesionales, consagrados, presuntamente entendidos e incluso de algún que otro profesional del fútbol abandonado a sus colores y a su aburrida y barroca verborrea...
A todo eso pasaban las semanas y el Barça seguía calladamente deleitando a propios y extraños a base de juego preciosista, de trabajo humilde y de goles como catedrales. Pep avisó a navegantes semanas antes del encuentro: en el Bernabeu no nos vamos a esconder, veremos quién corre y quién no, quién se emplea a fondo y quién no. Su prudencia, como varias otras de sus cualidades, -valores gestados en La Masía- está creando escuela.
Ayer por la noche pude ver el partido repetido. No salí de mi asombro. No eran los seis goles, sino la forma de ejecutarlos. El modo ligero, sutil, preciosista de acercarse a la portería contraria, la forma sana, divertida y ambiciosa de combinar juego y ataque, la solidaridad, el compañerismo, la voluntad compartida de socializar el esfuerzo para detener al contrario; la honradez de querer sólo jugar y ganar, sin perder tiempo, sin dar patadas, ante todo respetando al rival, al público, al espectáculo. Es el fútbol tal y como los soñábamos cuando íbamos al colegio, el querer ganar sin mirar minuto y resultado, el divertirse porque es un deporte bello si lo practicas sanamente. Pero, además, por si poco fuera todo sabe mejor porque son chavales de la casa en su gran mayoría, gente de esfuerzo honrado y comprometido, que sabe lo que a la gente le importan (¿deberían tanto?) sus colores, y no diosecillos mimados, niñatos con dinero que sólo juegan por comprarse deportivos y frecuentar lobas estupendas.
A todos, a tirios y a troyanos, a todos los que nos gusta sobre todo practicarlo, nos pone y de qué manera el fútbol del Barça (gane o no la liga) y nos encanta que un equipo así gane y lo haga de esa forma, limpia y brillantemente, sin trampa ni cartón, sin trucos ni atajos, sin reservarse, con espectáculo y diversión, porque simplemente son los mejores, porque se han esforzado para serlo. Felicidades superdotados.
Ese mismo día por la mañana algo en el aire decía que se podía estar gestando una tragedia deportiva. En la SER entrevistaban a Dª. Esperanza Aguirre ("Espe", le llaman popularmente) y tampoco daba crédito a lo que oía cuando la gobernante concectaba en un extraño escorzo dialéctico el levantamiento del 2 de mayo contra los franceses en Madrid y el partido entre los dos grandes. Apelaba a la famosa épica histórica para que se repitiera una gesta del conjunto blanco. Como practicante de este deporte desde bien pequeño ya me parece extraño , aunque pueda comprenderlo, que se conecte política y deporte, pero roza el paroxismo que se liguen historia -bélica- y deporte. Tal y como se la oía hablar a Dª. Esperanza ("voy vestida de morado, el segundo color de mi equipo"), daba la sensación de que todo estaba preparado para una gran fiesta en la que el equipo culé sería la víctima propiciatoria. Luego me enteré por los diarios, que de hecho el ayuntamiento de mi querida Villa y Corte, en previsión de un nuevo asalto de exaltados hinchas, había rodeado el maltratado monumento de la Cibeles de vallas disuasorias.
El exabrupto de Dª. Esperanza (total, uno más) se enmarcaba en unos meses de presión mediática contra los barcelonistas para que cesaran en su intento de atacar el campeonato -como si tuviera dueño en exclusiva- con un supuesto y engañoso buen juego ante otros equipos que, según ese sector de prensa, no se empleaban a fondo contra los blaugranas. Según esos mismos miopes, los árbitros eran muy proclives a favorecer a los barcelonistas (serán campeones por decreto, decían algunos). Se atrevían incluso a señalar una presunta cofradía de oscuros directivos que habían urdido un complot nacional para perjudicar a los merengues ("villarato", decían). Apelaban, para colmo de su ceguera, a la presunta endeblez mental de sus rivales (canguelo, cagódromo,...) que seguro finalizaría con una sonada derrota en la capital. Todo esto venía de periodistas profesionales, consagrados, presuntamente entendidos e incluso de algún que otro profesional del fútbol abandonado a sus colores y a su aburrida y barroca verborrea...
A todo eso pasaban las semanas y el Barça seguía calladamente deleitando a propios y extraños a base de juego preciosista, de trabajo humilde y de goles como catedrales. Pep avisó a navegantes semanas antes del encuentro: en el Bernabeu no nos vamos a esconder, veremos quién corre y quién no, quién se emplea a fondo y quién no. Su prudencia, como varias otras de sus cualidades, -valores gestados en La Masía- está creando escuela.
Ayer por la noche pude ver el partido repetido. No salí de mi asombro. No eran los seis goles, sino la forma de ejecutarlos. El modo ligero, sutil, preciosista de acercarse a la portería contraria, la forma sana, divertida y ambiciosa de combinar juego y ataque, la solidaridad, el compañerismo, la voluntad compartida de socializar el esfuerzo para detener al contrario; la honradez de querer sólo jugar y ganar, sin perder tiempo, sin dar patadas, ante todo respetando al rival, al público, al espectáculo. Es el fútbol tal y como los soñábamos cuando íbamos al colegio, el querer ganar sin mirar minuto y resultado, el divertirse porque es un deporte bello si lo practicas sanamente. Pero, además, por si poco fuera todo sabe mejor porque son chavales de la casa en su gran mayoría, gente de esfuerzo honrado y comprometido, que sabe lo que a la gente le importan (¿deberían tanto?) sus colores, y no diosecillos mimados, niñatos con dinero que sólo juegan por comprarse deportivos y frecuentar lobas estupendas.
A todos, a tirios y a troyanos, a todos los que nos gusta sobre todo practicarlo, nos pone y de qué manera el fútbol del Barça (gane o no la liga) y nos encanta que un equipo así gane y lo haga de esa forma, limpia y brillantemente, sin trampa ni cartón, sin trucos ni atajos, sin reservarse, con espectáculo y diversión, porque simplemente son los mejores, porque se han esforzado para serlo. Felicidades superdotados.
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