Pocas veces me he sorprendido tanto y tan gratamente como me estâ sucediendo con la capital de Alsacia. Se trata de una ciudad bella como pocas, un lugar donde todo parece graciosamente sometido a la idea de la belleza y la serenidad. Es difîcil aquî encontrar algo fuera de su sitio, alguna cosa que si quiera de modo despistado desmerezca al conjunto. Sî, orden y armonîa podrîan ser las divisas de esta pequenya ciudad fronteriza con Alemania. Y a decir verdad, incluso sus habitantes parecen responder a esa impronta de cercanîa y calidez. Francamente, tras muchas visitas a Parîs me sorprendiô que una "strasburgeois" se interesera, sin yo pedirlo, por ayudarme cuando al llegar con mi maleta a cuestas me vio dudar sobre quê direcciôn tomar para llegar a mi hotel.
Y no sôlo sus gentes se muestran mâs cercanas y dispuestas que en la capital del Sena. En la pequenya capital banyada por el Rhin, todo parece premeditadamente dispuesto para el agrado del visitante. Una vez aquî entiendo el porquê del empenyo de los mandatarios galos para que sea la villa francesa que albergue las instituciones europeas, la sensaciôn de hospitalidad y proximidad son de veras una certeza. Como cierto resulta que de francesa tiene mâs bien poco esta ciudad de flores por doquier y canales tranquilos; Strasburgo sigue siendo completamente alemana a mis ojos y mis oidos. Aunque es verdad que sus universidades reciben estudiantes de toda Francia, la mayor parte de los nativos hablan todavîa un perfecto alemân y sus rasgos igualmente delatan sus verdaderos orîgenes, no en vano sôlo despuês de la II GM esta ciudad pasô a ser francesa.
Su monumental y amplio centro histôrico, conformado por antiguas casas de piedra y madera, pintadas de colores y de tejados de pizarra, se remata en una catedral singular y hermosa. Sus parques resultan majestuosos, coloridos, excepcionalmente cuidados y adornados por pequenyos lagos en un lugar donde el agua fluye por cualquiera de sus rincones. Me dijeron de su excesiva tranquilidad en los ratos de ocio, especialmente por las noches, y aunque desde luego no es comparable a ninguna de nuestras alborotadas capitales, he de decir que los paseos nocturnos por las calles del centro que acaban con un rato de charla en una de sus preciosas cervercerîas, sobre todo entre semana, serân ratos de placer que recordarê siempre.
Y no sôlo sus gentes se muestran mâs cercanas y dispuestas que en la capital del Sena. En la pequenya capital banyada por el Rhin, todo parece premeditadamente dispuesto para el agrado del visitante. Una vez aquî entiendo el porquê del empenyo de los mandatarios galos para que sea la villa francesa que albergue las instituciones europeas, la sensaciôn de hospitalidad y proximidad son de veras una certeza. Como cierto resulta que de francesa tiene mâs bien poco esta ciudad de flores por doquier y canales tranquilos; Strasburgo sigue siendo completamente alemana a mis ojos y mis oidos. Aunque es verdad que sus universidades reciben estudiantes de toda Francia, la mayor parte de los nativos hablan todavîa un perfecto alemân y sus rasgos igualmente delatan sus verdaderos orîgenes, no en vano sôlo despuês de la II GM esta ciudad pasô a ser francesa.
Su monumental y amplio centro histôrico, conformado por antiguas casas de piedra y madera, pintadas de colores y de tejados de pizarra, se remata en una catedral singular y hermosa. Sus parques resultan majestuosos, coloridos, excepcionalmente cuidados y adornados por pequenyos lagos en un lugar donde el agua fluye por cualquiera de sus rincones. Me dijeron de su excesiva tranquilidad en los ratos de ocio, especialmente por las noches, y aunque desde luego no es comparable a ninguna de nuestras alborotadas capitales, he de decir que los paseos nocturnos por las calles del centro que acaban con un rato de charla en una de sus preciosas cervercerîas, sobre todo entre semana, serân ratos de placer que recordarê siempre.
1 comment:
Espero que pases muy buena estancia allí, Óscar, y que nos lo expliques a la vuelta. Un abrazo!
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