Pido disculpas por mi obligada ausencia de este foro íntimo y para mí de costumbre tan aleccionador. Ya se sabe que son los verdaderos amores y las auténticas pasiones los que siempre nos resultan más esquivos. Seguramente sea esa la razón por la cual solemos perseguirlos con tanto ahínco.
En este mes largo han sucedido muchas cosas en el inflamable coso de la comunidad internacional. Sarkozy se ha erigido como el gran abanderado de la renovación política y social francesa, y como el nuevo impulsor de la Europa constitucional. A mi pesar, Segolene Royal no ha acabado de despuntar como la gran esperanza femenina que parecía representar. Por su parte, Chirac nos ha abandonado dejando una estela de duda y cansancio sobre su gestión, un mandato que no ha sido capaz de instaurar unas reformas que su país necesitaba como el agua de mayo. Quizá su oposición firme a la guerra de Irak haya sido el logro que mayor gloria le haya concedido, en un mandato plagado de incertidumbres y altibajos. La suya, no obstante, no ha sido más que la última baja de una generación de políticos cuya gestión se ha visto marcada, para bien o para mal, por el fastasma de la guerra de Irak.
El primero de ellos en abandonar la escena política, afortunadamente, fue Aznar, quien preveía despedidas y homenajes por doquier en loor de multitudes, pero que a la postre se han convertido en sórdidas intervenciones en foros lejanos, que destilan rencor, insensibilidad e incompetencia por los cuatros costados. Lejos de reconocer errores -que tantas vidas han costado- sigue haciendo gala de una malsana arrogancia que no ayuda en nada a dejar una buena imagen, ni de su país ni de su partido. Más tarde fue Schroeder, que éste sí, en un gesto de verdadero estadista supo dejar la presidencia de la República Federal Alemana sin estridencias facilitando un cambio en la cúspide que ha relanzado a su país a liderar de nuevo el progreso europeo. Además, su oposición enérgica a la invasión iraquí colaboró a salvaguardar la imagen europea frente al resto de la sociedad internacional. Koffi Annan, ex-secretario general de Naciones Unidas, también supo dejar su responsbilidad con buen estilo, con un discurso de despedida en el Museo y Biblioteca Presidencial Harry S. Truman, en Independence (Missouri), el pasado 11 de diciembre, lleno de rigor y clarividencia sobre lo que debía ser la política y el orden internacional de las próximas décadas, que debieran verse basados en la responsabilidad colectiva, la solidaridad mundial, el estado de derecho, la rendición mutua de cuentas y el multilateralismo. A diferencia del primero de esta lista -no en méritos-, el ex-secretario general supo reflexionar sobre lo no logrado en su gestión, y exhortó, con la valentía y el rigor del que siempre hizo gala, a que los US liderasen ese nuevo orden, pero sobre la estricta y generosa observancia de aquellos principios. El premier japonés Koizumi también supo marcharse de su despacho oficial subido a la cresta de la ola, dejando unos números en la balanza comercial de Japón muy recuperados, pero también con la escena exterior -sobre todo con lo que respecta a la vecina China- un tanto demasiado revuelta. Le sobró también mucha arrogancia nacionalista y le faltó diálogo.
Ahora le ha tocado el turno de marcharse a Blair. Se lo han tenido casi que implorar. Su partido está notando excesivamente el desgaste de lo que ha resultado ser una política exterior demasiado seguidista de los errores americanos. Quien otrora deslumbrara por la transparencia, eficacia, sagacidad y preclaro discernimiento de su mensaje político ahora angustia por su increíble apego al cargo, por su necesidad de justificarse en lo injustificable, y sobre todo, por su descomunal despiste al creerse imprescindible. Y evidentemente no lo es, por mucha capacidad, eso sí, que haya demostrado en el pasado en clave de política interna. Me he tomado la molestia de leerme con atención su mensaje de despedida publicado en The Economist. Como siempre, su verbo vuelve a ser irreprochable, la presentación y la concatenación de sus argumentos siguen siendo brillantes. Pero en lo que el fondo de la cuestión se refiere, sigue sin poder justificar sus errores fatales. Y es que por mucho que se esfuerce en convencernos sobre la necesidad del compromiso y la responsabilidad internacional de toda nación en la actualidad, nada puede eclipsar el hecho de que han sido aniquiladas decenas de miles de víctimas civiles -algunas estimaciones menos conservadoras hablan de centenares de miles- en este absurdo conflicto, que nació de una descomunal y vergonzosa mentira.
En esta generación de líderes internacionales caracterizados en su mayoría por la falta de diálogo y análisis, aún quedan por retirarse próximamente los más significados por esa rampante carencia de amplitud de miras, por lo menos en lo que a relaciones internacionales respecta. Hablamos, claro que sí, de Putin y Bush. El detrimento progresivo y exponencial de los derechos humanos y las libertades fundamentales en la Rusia de Putin, sumado a su querencia por la amenaza y los métodos expeditivos como forma habitual de hacer política, en el interior y en el exterior, están haciendo de su gestión un mandato casi irrespirable. Bush está a punto de retirarse con la dudosa vitola, según ya aseguran en su propio país, de resultar ser uno de los peores presidentes que han pasado por la Casa Blanca. Tengamos confianza, sin embargo, en que seguro vendrán tiempos mejores en los que una nueva generación de líderes mayormente preparados se dé realmente cuenta de que la forma más práctica y eficaz de hacer política en la arena internacional -y en la nacional- es la que se basa en el diálogo, la cooperación y el multilateralismo. No es tan difícil, de veras.
En este mes largo han sucedido muchas cosas en el inflamable coso de la comunidad internacional. Sarkozy se ha erigido como el gran abanderado de la renovación política y social francesa, y como el nuevo impulsor de la Europa constitucional. A mi pesar, Segolene Royal no ha acabado de despuntar como la gran esperanza femenina que parecía representar. Por su parte, Chirac nos ha abandonado dejando una estela de duda y cansancio sobre su gestión, un mandato que no ha sido capaz de instaurar unas reformas que su país necesitaba como el agua de mayo. Quizá su oposición firme a la guerra de Irak haya sido el logro que mayor gloria le haya concedido, en un mandato plagado de incertidumbres y altibajos. La suya, no obstante, no ha sido más que la última baja de una generación de políticos cuya gestión se ha visto marcada, para bien o para mal, por el fastasma de la guerra de Irak.
El primero de ellos en abandonar la escena política, afortunadamente, fue Aznar, quien preveía despedidas y homenajes por doquier en loor de multitudes, pero que a la postre se han convertido en sórdidas intervenciones en foros lejanos, que destilan rencor, insensibilidad e incompetencia por los cuatros costados. Lejos de reconocer errores -que tantas vidas han costado- sigue haciendo gala de una malsana arrogancia que no ayuda en nada a dejar una buena imagen, ni de su país ni de su partido. Más tarde fue Schroeder, que éste sí, en un gesto de verdadero estadista supo dejar la presidencia de la República Federal Alemana sin estridencias facilitando un cambio en la cúspide que ha relanzado a su país a liderar de nuevo el progreso europeo. Además, su oposición enérgica a la invasión iraquí colaboró a salvaguardar la imagen europea frente al resto de la sociedad internacional. Koffi Annan, ex-secretario general de Naciones Unidas, también supo dejar su responsbilidad con buen estilo, con un discurso de despedida en el Museo y Biblioteca Presidencial Harry S. Truman, en Independence (Missouri), el pasado 11 de diciembre, lleno de rigor y clarividencia sobre lo que debía ser la política y el orden internacional de las próximas décadas, que debieran verse basados en la responsabilidad colectiva, la solidaridad mundial, el estado de derecho, la rendición mutua de cuentas y el multilateralismo. A diferencia del primero de esta lista -no en méritos-, el ex-secretario general supo reflexionar sobre lo no logrado en su gestión, y exhortó, con la valentía y el rigor del que siempre hizo gala, a que los US liderasen ese nuevo orden, pero sobre la estricta y generosa observancia de aquellos principios. El premier japonés Koizumi también supo marcharse de su despacho oficial subido a la cresta de la ola, dejando unos números en la balanza comercial de Japón muy recuperados, pero también con la escena exterior -sobre todo con lo que respecta a la vecina China- un tanto demasiado revuelta. Le sobró también mucha arrogancia nacionalista y le faltó diálogo.
Ahora le ha tocado el turno de marcharse a Blair. Se lo han tenido casi que implorar. Su partido está notando excesivamente el desgaste de lo que ha resultado ser una política exterior demasiado seguidista de los errores americanos. Quien otrora deslumbrara por la transparencia, eficacia, sagacidad y preclaro discernimiento de su mensaje político ahora angustia por su increíble apego al cargo, por su necesidad de justificarse en lo injustificable, y sobre todo, por su descomunal despiste al creerse imprescindible. Y evidentemente no lo es, por mucha capacidad, eso sí, que haya demostrado en el pasado en clave de política interna. Me he tomado la molestia de leerme con atención su mensaje de despedida publicado en The Economist. Como siempre, su verbo vuelve a ser irreprochable, la presentación y la concatenación de sus argumentos siguen siendo brillantes. Pero en lo que el fondo de la cuestión se refiere, sigue sin poder justificar sus errores fatales. Y es que por mucho que se esfuerce en convencernos sobre la necesidad del compromiso y la responsabilidad internacional de toda nación en la actualidad, nada puede eclipsar el hecho de que han sido aniquiladas decenas de miles de víctimas civiles -algunas estimaciones menos conservadoras hablan de centenares de miles- en este absurdo conflicto, que nació de una descomunal y vergonzosa mentira.
En esta generación de líderes internacionales caracterizados en su mayoría por la falta de diálogo y análisis, aún quedan por retirarse próximamente los más significados por esa rampante carencia de amplitud de miras, por lo menos en lo que a relaciones internacionales respecta. Hablamos, claro que sí, de Putin y Bush. El detrimento progresivo y exponencial de los derechos humanos y las libertades fundamentales en la Rusia de Putin, sumado a su querencia por la amenaza y los métodos expeditivos como forma habitual de hacer política, en el interior y en el exterior, están haciendo de su gestión un mandato casi irrespirable. Bush está a punto de retirarse con la dudosa vitola, según ya aseguran en su propio país, de resultar ser uno de los peores presidentes que han pasado por la Casa Blanca. Tengamos confianza, sin embargo, en que seguro vendrán tiempos mejores en los que una nueva generación de líderes mayormente preparados se dé realmente cuenta de que la forma más práctica y eficaz de hacer política en la arena internacional -y en la nacional- es la que se basa en el diálogo, la cooperación y el multilateralismo. No es tan difícil, de veras.
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