No deja de llamar poderosamente la atención el hecho de que una noticia que en culaquier otro momento hubiera sido objeto de atención global, como es la propuesta del Consejo de Seguridad de NU para el nombramiento del sur-coreano Ban-Ki Moon como nuevo Secretario General, haya pasado casi totalmente desapercibida en el atropellado foro de la sociedad internacional - ¿mal presagio para el futuro de la organización?-. Y es que tres polos de atención, a cuál de ellos con mayor intensidad, han solapado de manera grave una nominación teóricamente tan importante. A los tres les adjudico una pauta común: el deterioro de los derechos humanos en su respectivo ámbito de influencia.
El primero se sitúa en Corea del Norte, territorio malgobernado por la última dictadura de corte estalinista que queda en el mundo. Los hechos son conocidos, el ensayo de explosión nuclear ha tensado de forma muy grave las relaciones entre ese malhadado país y el resto de la comunidad internacional. Sólo la determinación china evita que las potencias occidentales, sumadas a Japón y Corea del Sur, emprendan acciones bélicas de cierta envergadura. Pero ni siquiera los chinos parecen dispuestos a permitir que Kim Jong Il prosiga en su huida hacia adelante con una escalada armamentística que pondría en peligro la seguridad de toda la región. No creo que la gloria nuclear le sirva mucho al dictador para distraer la atención de la pobre situación que los derechos humanos atraviesan en su país, un lugar donde además de no disfrutar de ninguna libertad, los ciudadanos apenas pueden satisfacer sus necesidades más básicas. No se va permitir en absoluto que un líder tan poco fiable detente un poder nuclear susceptible de quedar fuera de todo control. Seguriemos atentos, confiemos en los buenos oficios de sus preocupados vecinos para convencer al dictador de que entra en una vía sin retorno.
El segundo polo resulta igual de llamativo y no menos grave, aunque sus repercusiones no sean tan inmediatas. El asesinato de la periodista rusa Anna Politskóvskaya retorna nuestra memoria a los peores tiempos de la guerra fría y pone por fin en titulares a nivel mundial la franca recesión de los derechos humanos en Rusia. Durante el mandato del actual premier ruso han muerto nada menos que doce profesionales de la información, todos ellos críticos con la actual gestión del gobierno ruso. Si bien es demasiado pronto para responsabilizar a nadie de la autoría de este último crimen, el hecho de que la libertad de expresión e información no puedan ejercerse con la seguridad debida -una garantía que sólo compete ofrecer al gobierno de esa nación- pone muy en tela de juicio los avances democráticos en la era de Putin. El líder ruso ha prometido una investigación profunda del suceso y esperaremos también el desarrollo de los acontecimientos. Me temo lo peor. No obstante, el que Rusia despegue definitivamente como potencia económica capaz de garantizar un índice aceptable de desarrollo humano en su territorio dependerá en gran parte, no sólo de la explotación de su riqueza energética o la fuerza de su liderazgo político regional, sino también de su capacidad de construir instituciones fuertes, transparentes y seguras, capaces de asegurar la provisión de bienes y servicios así como una dibustrición equitativa de la renta a una población que por tan largo tiempo ha padecido escaseces de toda índole.
El tercer punto de atención puede extenderse a todo el occidente desarrollado, que coincidiría más o menos con el territorio de los países miembros de la OCDE, y se manifiesta en una regresión, también a mi juicio preocupante, en la amplitud de la libertad de expresión con respecto a lo que dictan las normas de comportamiento de otras religiones, según lo que interpretan a su vez los líderes más radicalizados de estas otras religiones. Como prueba, véase el tono de este mismo párrafo. Considero el respeto como una norma de conducta universal, y a éste hemos de apelar todos para tratar sobre cualquier credo o ética, étnica o geográficamente designada, a cualquier conjunto de valores, en definitiva, que se distinga por un seguimiento colectivo. Sin embargo, no me parece muy de recibo que líderes religiosos o líderes políticos procedentes de países que distan mucho de conocer la democracia y sus formas de igualdad, también por razón de sexo, sean quienes hayan de categorizar sobre lo que debe decirse o no, ni siquiera sobre su misma religión. Para empezar a hablar de respeto como norma de conducta universal, para acusar de irrepestuosos a los demás, merece toda credibilidad sólo aquél que lo practica política y socialmente con sus conciudadanos, sean del género que sean, no aquellos líderes políticos o religiosos que no invitan precisamente a practicar formas democráticas e igualitarias de conducta. Asimismo, lamento decir que tampoco pueden merecerme mucha credibilidad quienes defienden una igualdad sólo parcial en países de occidente, pero que no claman por esas libertades en sus países de origen donde sus compatriotas sufren todavía los rigores de las dictaduras. El primer respeto se lo debemos siempre a nuestros iguales. Esto no me parece buscar la igualdad, me parece una cosa muy distinta.
Llamadme iluso, pero yo no pierdo la esperanza y confío en que alguna vez haya una sola democracia, una sola igualdad, y un solo respeto a los valores universales de justicia e igualdad.
El primero se sitúa en Corea del Norte, territorio malgobernado por la última dictadura de corte estalinista que queda en el mundo. Los hechos son conocidos, el ensayo de explosión nuclear ha tensado de forma muy grave las relaciones entre ese malhadado país y el resto de la comunidad internacional. Sólo la determinación china evita que las potencias occidentales, sumadas a Japón y Corea del Sur, emprendan acciones bélicas de cierta envergadura. Pero ni siquiera los chinos parecen dispuestos a permitir que Kim Jong Il prosiga en su huida hacia adelante con una escalada armamentística que pondría en peligro la seguridad de toda la región. No creo que la gloria nuclear le sirva mucho al dictador para distraer la atención de la pobre situación que los derechos humanos atraviesan en su país, un lugar donde además de no disfrutar de ninguna libertad, los ciudadanos apenas pueden satisfacer sus necesidades más básicas. No se va permitir en absoluto que un líder tan poco fiable detente un poder nuclear susceptible de quedar fuera de todo control. Seguriemos atentos, confiemos en los buenos oficios de sus preocupados vecinos para convencer al dictador de que entra en una vía sin retorno.
El segundo polo resulta igual de llamativo y no menos grave, aunque sus repercusiones no sean tan inmediatas. El asesinato de la periodista rusa Anna Politskóvskaya retorna nuestra memoria a los peores tiempos de la guerra fría y pone por fin en titulares a nivel mundial la franca recesión de los derechos humanos en Rusia. Durante el mandato del actual premier ruso han muerto nada menos que doce profesionales de la información, todos ellos críticos con la actual gestión del gobierno ruso. Si bien es demasiado pronto para responsabilizar a nadie de la autoría de este último crimen, el hecho de que la libertad de expresión e información no puedan ejercerse con la seguridad debida -una garantía que sólo compete ofrecer al gobierno de esa nación- pone muy en tela de juicio los avances democráticos en la era de Putin. El líder ruso ha prometido una investigación profunda del suceso y esperaremos también el desarrollo de los acontecimientos. Me temo lo peor. No obstante, el que Rusia despegue definitivamente como potencia económica capaz de garantizar un índice aceptable de desarrollo humano en su territorio dependerá en gran parte, no sólo de la explotación de su riqueza energética o la fuerza de su liderazgo político regional, sino también de su capacidad de construir instituciones fuertes, transparentes y seguras, capaces de asegurar la provisión de bienes y servicios así como una dibustrición equitativa de la renta a una población que por tan largo tiempo ha padecido escaseces de toda índole.
El tercer punto de atención puede extenderse a todo el occidente desarrollado, que coincidiría más o menos con el territorio de los países miembros de la OCDE, y se manifiesta en una regresión, también a mi juicio preocupante, en la amplitud de la libertad de expresión con respecto a lo que dictan las normas de comportamiento de otras religiones, según lo que interpretan a su vez los líderes más radicalizados de estas otras religiones. Como prueba, véase el tono de este mismo párrafo. Considero el respeto como una norma de conducta universal, y a éste hemos de apelar todos para tratar sobre cualquier credo o ética, étnica o geográficamente designada, a cualquier conjunto de valores, en definitiva, que se distinga por un seguimiento colectivo. Sin embargo, no me parece muy de recibo que líderes religiosos o líderes políticos procedentes de países que distan mucho de conocer la democracia y sus formas de igualdad, también por razón de sexo, sean quienes hayan de categorizar sobre lo que debe decirse o no, ni siquiera sobre su misma religión. Para empezar a hablar de respeto como norma de conducta universal, para acusar de irrepestuosos a los demás, merece toda credibilidad sólo aquél que lo practica política y socialmente con sus conciudadanos, sean del género que sean, no aquellos líderes políticos o religiosos que no invitan precisamente a practicar formas democráticas e igualitarias de conducta. Asimismo, lamento decir que tampoco pueden merecerme mucha credibilidad quienes defienden una igualdad sólo parcial en países de occidente, pero que no claman por esas libertades en sus países de origen donde sus compatriotas sufren todavía los rigores de las dictaduras. El primer respeto se lo debemos siempre a nuestros iguales. Esto no me parece buscar la igualdad, me parece una cosa muy distinta.
Llamadme iluso, pero yo no pierdo la esperanza y confío en que alguna vez haya una sola democracia, una sola igualdad, y un solo respeto a los valores universales de justicia e igualdad.
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