Permitidme que nuevo pose la mirada en Moscú..., o mejor que lo haga en Lahti, una pequeña ciudad de Finlandia donde hoy se reúnen los jefes de gobierno de la Unión Europea con Putin, presidente ruso, y en donde se discutirá a fondo sobre temas de interés común. Más tarde o más temprano aflorarán dos cuestiones de capital e inquietante importancia: primero la energía, puesto que Rusia aprovisiona cada vez más con mayores cantidades de gas y petróleo a Europa (25% de toda su energía), y segundo, el déficit democrático que el régimen de Putin mantiene en el seno de sus fronteras. Otros asuntos espinosos, como las relaciones de Moscú con Tiflis, con Kiev y con el resto de capitales exsoviéticas, serán tratadas más de soslayo, habida cuenta la prioridad con la que los asuntos anteriores vienen marcados en la agenda europea.
Es más probable que Moscú acentúe hoy su estrategia de intransigencia con respecto a las demandas que le vengan de los socios europeos. No en vano, en la crisis del suministro de gas con Ucrania del invierno pasado -que luego afectó a casi todo el continente-, lo que quedó meridianamente claro es que Europa se ha dejado sorprender de manera harto ingenua con una dependencia absurda y sobrevenida del potencial energético ruso, de tal forma que sus objetivos estratégicos en la región van a quedar claramente debilitados, a mi juicio, por largo tiempo. Es cierto que Rusia puede aún depender mucho de las inversiones europeas si quiere continuar en la breve senda de desarrollo que parecía haber iniciado, pero no es menos cierto que todo esto para Putin no resulta nada más que una preocupación muy secundaria que no le va a arredrar en tomar decisiones drásticas, llegado el caso. El concepto, si se me permite la expresión, utilitarista-minimalista que Putin mantiene de la democracia le permite incluso postergar en gran parte necesidades económicas estratégicas de primer orden, que serían priotarias para cualquier otra administración occidental -incluso necesidades básicas para la población-, con tal de no ver retroceder ni un ápice la influencia y/o el poder que cree tener derecho a detentar como potencia regional.
Europa se ha equivocado gravemente al subestimar la Rusia de Putin, como lo demuestra el hecho de que sus empresas petroleras de bandera hayan sido capaces de firmar alianzas con gasísticas argelinas, circunstancia que agrava aún más la creciente dependencia europea del poder energético del Kremlin, incluso extendiéndola en términos geográficos -el gas de España proviene, como es bien sabido, de pozos argelinos-. Y seguirá equivocándose gravemente si cree que puede seguir por mucho más tiempo actuando de forma fragmentada en su política exterior e interior, y no reaccionando de forma unívoca, tanto en el plano geoestrátegico exterior como en plano estructural interior -en el sector energético, en el económico,...-. De esta forma, no sólo ya Europa, todo occidente va perdiendo en realidad gran parte de su influencia dejando que Rusia controle omnímodamente la política regional desde la fuerza que le concede su inagotable emporio energético, lo cual, si se suma a la imparable y progresiva solidez que va adquiriendo el crecimiento económico chino, nos da como resultante la dirección que está tomando definitivamente el orden internacional de las próximas décadas. Un orden internacional en el que los europeos no estamos llamados a contar apenas nada, si nuestra elites respectivas no acaban de darse cuenta de la extrema importancia que sus decisiones en el ámbito de la política exterior europea van a tener a partir de ahora y en los próximos dos o tres años.
Para Europa se están acabando los tiempos de seguir con más ensayos y titubeos, y cada vez más apremian las decisiones firmes, decididas y sabias de robustecer las políticas comunes, y las no comunes, acabándolas de comunitarizar. Ha llegado el momento de coger al toro por los cuernos y comenzar, por parte de las elites máximas, a liderar las reformas internas necesarias que den como resultado la culminación de Europa como bloque único, firme y consolidado, capaz de ser definitvamente oído como una sola voz en el concierto internacional. El momento, insisto, ha llegado. Y hasta tal punto lo afirmo, que a no mucho tardar -hablamos en términos de años- veremos incluso a una administración norteamericana fomentando, por interés propio, la culminación de esa Europa unida por la que tanto tiempo venimos todos trabajando.
Por su parte Putin, y lo digo con el máximo respeto, también se equivoca gravemente. Su inveterada manía de gobernar una nación tan grande como si se tratara de un cuartel, el tratar de hacer valer las razones de la fuerza para una "democracia" tan extensa y heterogénea no le va a dar resultado por largo tiempo, en términos de eficacia. Rusia es una nación cansada como pocas de tanto autoristarismo estéril, y más tarde o más temprano lo volveremos a notar en forma de movimientos sociales de honda repercusión. Pero es que además, gobernar de esta forma, relacionarse con el resto de la comunidad internacional de esta manera, sólo le va a llevar a construir un país más inseguro, más oscuro, más socialmente fragmentado, más aislado, menos desarrollado, en una palabra, menos competitivo, con lo que apenas podrá mantenerse influyente en la sociedad internacional, sino es a base de demostraciones de fuerza como las que el año pasado vivimos con el caso de Ucrania. No parece que le sirva de mucho tener tan cerca el ejemplo chino para darse de cuenta de cómo se lleva a cabo un crecimiento mínimamente eficaz: si por lo menos no se le ofrece a la población un desarrollo en términos democráticos -que debería ser lo obligado-, al menos deberá hacerse en términos económicos, de tal forma que esa población entienda que su sacrificio personal en el ámbito de los derechos fundamentales y las libertades básicas recompensa con una distribución creciente en términos de renta. Pero no, Putin no parece que esté por la labor, ni mucho menos. Sigue fiel a la anacrónica guía que le ha garantizado su supervivencia hasta la fecha: ser más duro y más fuerte que el vecino. Como digo, qué equivocado va.
¿Aprenderá alguna de las partes en Lahti a reconocer los senderos más cómodos y seguros que el futuro depara?Es cierto, yo también lo dudo.
Es más probable que Moscú acentúe hoy su estrategia de intransigencia con respecto a las demandas que le vengan de los socios europeos. No en vano, en la crisis del suministro de gas con Ucrania del invierno pasado -que luego afectó a casi todo el continente-, lo que quedó meridianamente claro es que Europa se ha dejado sorprender de manera harto ingenua con una dependencia absurda y sobrevenida del potencial energético ruso, de tal forma que sus objetivos estratégicos en la región van a quedar claramente debilitados, a mi juicio, por largo tiempo. Es cierto que Rusia puede aún depender mucho de las inversiones europeas si quiere continuar en la breve senda de desarrollo que parecía haber iniciado, pero no es menos cierto que todo esto para Putin no resulta nada más que una preocupación muy secundaria que no le va a arredrar en tomar decisiones drásticas, llegado el caso. El concepto, si se me permite la expresión, utilitarista-minimalista que Putin mantiene de la democracia le permite incluso postergar en gran parte necesidades económicas estratégicas de primer orden, que serían priotarias para cualquier otra administración occidental -incluso necesidades básicas para la población-, con tal de no ver retroceder ni un ápice la influencia y/o el poder que cree tener derecho a detentar como potencia regional.
Europa se ha equivocado gravemente al subestimar la Rusia de Putin, como lo demuestra el hecho de que sus empresas petroleras de bandera hayan sido capaces de firmar alianzas con gasísticas argelinas, circunstancia que agrava aún más la creciente dependencia europea del poder energético del Kremlin, incluso extendiéndola en términos geográficos -el gas de España proviene, como es bien sabido, de pozos argelinos-. Y seguirá equivocándose gravemente si cree que puede seguir por mucho más tiempo actuando de forma fragmentada en su política exterior e interior, y no reaccionando de forma unívoca, tanto en el plano geoestrátegico exterior como en plano estructural interior -en el sector energético, en el económico,...-. De esta forma, no sólo ya Europa, todo occidente va perdiendo en realidad gran parte de su influencia dejando que Rusia controle omnímodamente la política regional desde la fuerza que le concede su inagotable emporio energético, lo cual, si se suma a la imparable y progresiva solidez que va adquiriendo el crecimiento económico chino, nos da como resultante la dirección que está tomando definitivamente el orden internacional de las próximas décadas. Un orden internacional en el que los europeos no estamos llamados a contar apenas nada, si nuestra elites respectivas no acaban de darse cuenta de la extrema importancia que sus decisiones en el ámbito de la política exterior europea van a tener a partir de ahora y en los próximos dos o tres años.
Para Europa se están acabando los tiempos de seguir con más ensayos y titubeos, y cada vez más apremian las decisiones firmes, decididas y sabias de robustecer las políticas comunes, y las no comunes, acabándolas de comunitarizar. Ha llegado el momento de coger al toro por los cuernos y comenzar, por parte de las elites máximas, a liderar las reformas internas necesarias que den como resultado la culminación de Europa como bloque único, firme y consolidado, capaz de ser definitvamente oído como una sola voz en el concierto internacional. El momento, insisto, ha llegado. Y hasta tal punto lo afirmo, que a no mucho tardar -hablamos en términos de años- veremos incluso a una administración norteamericana fomentando, por interés propio, la culminación de esa Europa unida por la que tanto tiempo venimos todos trabajando.
Por su parte Putin, y lo digo con el máximo respeto, también se equivoca gravemente. Su inveterada manía de gobernar una nación tan grande como si se tratara de un cuartel, el tratar de hacer valer las razones de la fuerza para una "democracia" tan extensa y heterogénea no le va a dar resultado por largo tiempo, en términos de eficacia. Rusia es una nación cansada como pocas de tanto autoristarismo estéril, y más tarde o más temprano lo volveremos a notar en forma de movimientos sociales de honda repercusión. Pero es que además, gobernar de esta forma, relacionarse con el resto de la comunidad internacional de esta manera, sólo le va a llevar a construir un país más inseguro, más oscuro, más socialmente fragmentado, más aislado, menos desarrollado, en una palabra, menos competitivo, con lo que apenas podrá mantenerse influyente en la sociedad internacional, sino es a base de demostraciones de fuerza como las que el año pasado vivimos con el caso de Ucrania. No parece que le sirva de mucho tener tan cerca el ejemplo chino para darse de cuenta de cómo se lleva a cabo un crecimiento mínimamente eficaz: si por lo menos no se le ofrece a la población un desarrollo en términos democráticos -que debería ser lo obligado-, al menos deberá hacerse en términos económicos, de tal forma que esa población entienda que su sacrificio personal en el ámbito de los derechos fundamentales y las libertades básicas recompensa con una distribución creciente en términos de renta. Pero no, Putin no parece que esté por la labor, ni mucho menos. Sigue fiel a la anacrónica guía que le ha garantizado su supervivencia hasta la fecha: ser más duro y más fuerte que el vecino. Como digo, qué equivocado va.
¿Aprenderá alguna de las partes en Lahti a reconocer los senderos más cómodos y seguros que el futuro depara?Es cierto, yo también lo dudo.
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