Friday, September 15, 2006

Miscelánea I: de liderazgos y de trampas.

Pese a la proverbial pereza que acarrea el verano, la realidad internacional ha venido ciertamente trufada de noticias como pocas veces ha venido sucediendo en los últimos años. A veces lo cierto es que no sabe uno hacia donde mirar.

No obstante, aunque luego me decida a tocar otros temas, me inclino ahora por mostraros una imagen en un espejo. Se trata del "espejo" del Canal de la Mancha, que vierte retratos absolutamente diversos y simétricos dependiendo de la orilla que escojamos para su contemplación. Esto es particularmente significativo en lo que a líderes políticos se refiere. En París no se habla de otra cosa que de las presdienciales, y de los presidenciables. A un ya sólido Sarkozy le surge por la izquierda una figura emergente y que gana apoyos con la sucesión de los días. Se trata de Segolene Royal, que va por camino de personificar la renovación de la política francesa, tan deteriorada a ojos de sus ciudadanos. Las primarias francesas para las presidenciales parece que conceden un respiro de frescura a un panorama que venía abarrotado de paquidermos, en el que Segolene se va imponiendo progresivamente con mensajes claros, directos, enmarcados en una sonrisa diáfana y una expresión amable. Sería, en caso de conseguirlo, la primera presidenta en la historia de Francia. Suerte.

Esas primarias en el país vecino, sistema de elección de líderes abierto donde los haya, constrasta con el oscurantismo y la sórdida presión que se adivina en el proceso de sucesión entre los laboristas británicos. Gordon Brown está llamado a suceder a Blair, que es Premier desde ya hace casi una década, y que es protagonista, a diferencia de Royal, por la pesadez de su trayectoria y la irritabilidad que desprende su figura en las Islas . Ni siquiera sus correligionarios le apoyan ya. A veces da la sensación de que es casi imposible en política salir vivo de dos mandatos consecutivos. Recordemos, por otro lado, que Brown no ha surgido, como tampoco lo hizo Blair, de unas primarias. Blair se ha dado un año de plazo para abandonar la silla del Premier, y quien llegó a personificar la restauración política de las izquierdas británicas tras decenios de conservadurismo, quien nos llenó de admiración por la valentía y la consistencia de su "tercera vía", ahora nos mueve a la compasión por ser objeto de todas las críticas, por parecer incapaz de vertebrar un discurso mínimente coherente, por fallar indecorosamente en todas sus apariciones, dentro y fuera de su país. La realidad es un verdugo implacable, y acaba por superar y afear todos los encantos que pueda desplegar el más brillante orador. Porque Blair era brillante, pero ha sido víctima de su exacerbada lealtad hacia el errático liderazgo de su socio americano. Ha sido incapaz de saber diferenciarse -no ya de distanciarse- de aquella política visceral, tan poco objetiva, carente de análisis profundos y que encima es culpable de llevar a su país, campeón de la democracia, a una guerra descaradamente ilegal. Y a pesar de que en la antigua Mesopotamia los muertos en actos de guerra y atentados se cuentan ya por miles, Blair sigue sin dar señales de retroceder, de reconocer un fallo tan macabro y de decirle a su socio que ya vale de errores que cuestan tantas vidas. Blair, una estrella que se apaga.

Todo esto me lleva a recordar un artículo que leí en la Vanguardia el viernes pasado, creo (8 de septiembre de 2006). Lo firmaba N. Ferguson, profesor de políticas en Harvard, y por lo visto y leído, significado abogado de la causa realista tradicional en cuanto a relaciones internacionales se refiere. Me llamó la atención la cantidad de inexactitudes que vertía tan traquilamente y las trampas argumentales que colocaba en su artículo, difíciles de digerir para quien siga mínimamente de cerca la realidad internacional. Poco más o menos -no desarrollaremos aquí la totalidad de sus argumentos-, por lo que postulaba Ferguson era casi por la desaparición de Naciones Unidas, con el facilón y simplista argumento de su excesiva -según él- burocracia, y su manifiesta inutilidad (se permitía, incluso, en tono casi jocoso, jugar con las siglas de la organización "un" que literalmente viene a significar "in" en inglés, un prefijo que denota negatividad e incapcidad, "inutilidad" llegó a decir). Aparte del escaso ingenio que demuestra el ínclito analista con sus cometarios que pretenden ser agudos y no pasan de ser primarios, mueve a la estupefacción el que haga culpable a NU de muchos de los desastres con los que esa magna organización debe pelear. Él sabe, cualquiera sabe, que si NU no llega más lejos, más rápido o más alto, es porque, entre otras cosas, no se lo permiten, especialmente, los países que componen el Consejo de Seguridad con su inamovible, anacrónico y no-igualitario derecho de veto. Es un argumento tramposo enjuiciar a NU como si fuera un órgano libre de cualquier traba, como si tuviera una libertad de maniobra total, simplemente porque eso no es cierto y no responde a la realidad. NU somos todos, somos sus estados miembros y no es un organismo separado de sus elementos con margen de obra independiente. La virtualidad de su existencia, la verdadera eficacia de sus métodos, las ventajas que encierra como foro multipolar de diálogo y sistema de organización política sólo se verán totalmente alcanzados en la medida que los actores más relevantes que conducen su Consejo de Seguridad estén dispuestos, realmente, a abrir las puertas a una reforma del sistema. Nunca antes. Y esto Ferguson lo sabe igual que yo, y que la mayoría de los analistas. ¿Por qué entonces sigue trabajando tan abstrusa y visceralmente para una línea que sabe desviada?


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